Page 52 - La desaparición de la abuela
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               LA enorme Ciudad de México está constituida por delegaciones, y éstas por
               colonias y éstas por manzanas.


               En el año 2006, la ciudad era más grande aún que quince años atrás. Si entonces
               había millones de niños de la calle, ahora había millones más, unidos en
               pandillas para resistir las agresiones que sufrían de parte de autoridades de toda

               índole.

               Los niños de la calle del año 2006 habían aprendido algo muy importante: que
               no podían pelear entre ellos porque entonces no podrían sobrevivir.


               A finales del siglo XX, cuando se dieron cuenta de que si no se unían acabarían
               con ellos, hubo una asamblea secreta y en cada colonia de la ciudad se eligió a
               un líder colonial, quien a su vez eligió a jefes de cuadras. Los líderes se

               comprometieron a cuidar y a vigilar a sus compañeros de esa área y a recurrir a
               los dirigentes de las otras colonias cuando algo grave se presentara.

               De este modo, a ningún niño le faltaba qué comer ni qué vestir, aunque fuera

               comida chatarra y ropa vieja. Los líderes coloniales se habían convertido en una
               especie de papá y mamá para todos, aunque algunos no llegaran a los diez años
               de edad. No podían tener escuela, pero sí aprender a leer y a escribir y a hacer
               cuentas porque los niños mayores se encargaban de ello.


               Había también lideresas coloniales, incluidas algunas muy pequeñas, quienes
               estaban al cuidado de organizar la atención de los más pequeños y, en ocasiones,
               se hacían cargo de los bebés abandonados en los basureros o en las avenidas.
               Ellas se convertían en mamás, hermanas y maestras de esos pequeños, víctimas
               del desamparo.


               Era una organización perfecta que tenía que recurrir a códigos muy especiales
               porque la gente grande los agredía constantemente y tenían que cuidarse mucho
               porque si apañaban a alguno de ellos, lo encerraban en algún correccional, del
               que nadie había salido.
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