Page 55 - La desaparición de la abuela
P. 55
11
RODRIGO entendió que tenía que comportarse como todas las personas que lo
rodeaban, pues era necesario que no lo descubriera quien fuera que lo hubiera
llevado hasta ese lugar.
Comprendió también que era muy importante averiguar dónde estaba y cómo
escapar.
Por tanto, empezó a sonreír y a hablar en voz baja como todos los demás, pero al
mismo tiempo observaba cada rincón, pues otra de las cosas extrañas que había
notado era que toda la gente que salió de las parcelas le había dado la bienvenida
y luego, como por arte de magia, había comida preparada... Alguien tuvo que
hacerlo.
La mujer del trigal, cuyos ojos chispeaban extasiados, se le acercó para
explicarle lo que seguiría:
—Mira, Juan Manuel, tienes que ir a la habitación que te asignaron y cambiarte
de ropa. Tienes también que dormir un rato para descansar; al atardecer habrá
una ceremonia de acción de gracias; más tarde tendremos que ir a cenar y luego
a dormir. Mañana tendrás que ir a conocer el Paraíso: a la playa, a la selva, a la
sabana, al desierto... y a todos nuestros sitios maravillosos.
—¡Uy, qué padre! —exclamó el muchacho con velado sarcasmo—. ¡Así que
aquí todo se tiene que hacer!
Sin notar la ironía de Rodrigo, la mujer sonrió para explicarle que todos los que
habitaban en el Paraíso hacían lo que tenían que hacer cuando vivían en el otro
mundo. Lo tomó de la mano y lo llevó a presentar a muchas personas, cuyos
nombres fueron cambiados, pero que recordaban a qué se dedicaban:
Rodrigo conoció allí a quien hiera el mayor protector de los elefantes: a quien
siempre batalló por evitar la tala indiscriminada de árboles; al que luchó por el
Amazonas y por la Selva Lacandona; al que pugnó por el reciclado del papel; a
los periodistas que quisieron dar a conocer cosas buenas y positivas y