Page 43 - La desaparición de la abuela
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UN rayo de sol obligó a Rodrigo a despertarse. Abrió un ojo, como siempre, y
volvió a cerrarlo, como siempre, para hacerse el remolón cinco minutos más.
De pronto, abrió los ojos. ¡No sabía dónde estaba! Brincó de la cama en la que
había dormido y una rápida ojeada a la habitación en la que se encontraba lo
hizo abrir la boca de asombro.
Todo era blanco y muy bonito: las paredes, la alfombra, las cortinas, la cama y
su cubrecama, los muebles, las lámparas, ¡todo era impecablemente blanco!
De improviso, descubrió que estaba vestido con el uniforme del equipo, cuyos
colores chillones contrastaban con todo el entorno-, en un banquillo, a los pies
de la cama, alguien había puesto ropa de su talla, ¡también blanca! Pantalones,
camisa, calcetines, zapatos... y sobre una mesita redonda había una charola con
leche, cereal, fruta, un huevo tibio y pan tostado...
¿Qué estaba pasando?
Rodrigo dio vueltas por la habitación y descubrió una puerta que llevaba a un
baño totalmente blanco que brillaba de limpio. Abrió las llaves del agua y éstas
funcionaron de maravilla.
El muchacho se contempló en el espejo del baño y vio lo de todos los días: a sí
mismo despeinado y con los ojos a medio abrir, pensando que ya se le había
hecho tardísimo para llegar a clases.
Miró su brazo izquierdo. Justo en ese momento se dio cuenta de que su reloj ya
no estaba en su muñeca y ¡eso significaba que su papá no sabía dónde estaba!
Sintió una punzada de miedo, ¡pero eso no iba con él!, así que primero trató de
analizar la situación y, ya después, empezó a asustarse.
El análisis lo llevó a darse cuenta de varias cosas: que no podía saber la hora
porque no había un solo reloj en la habitación en la que se hallaba. Que no había
ni radio ni televisión, ni tampoco teléfono. Que no sabía qué día era. Que había