Page 39 - La desaparición de la abuela
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UNA hora más tarde, una patrulla se presentó en casa de los Quijano. En el
asiento trasero, un pilludo de no más de nueve años de edad, despeinado, con
ropa deshilachada y cara sucia, lloraba desconsolado.
Carlos, Maribel, Mariana y Esteban, quien no dejaba de temblar como azogado,
corrieron hacia la puerta sin saber qué ocurría.
Los agentes explicaron a la familia que el muchacho tenía el reloj de su hijo y
que no deseaba hablar; que no había poder humano que le hiciera decir de dónde
lo había sacado.
Mariana, que era experta en niños y que sabía cómo lograr establecer
comunicación con ellos, se acercó a la patrulla y pidió al policía que dejara salir
al chico para hablar con él.
El niño, con las manos en la espalda, tenía la cabeza baja y suspiraba
constantemente. Mariana lo tomó de la barbilla para que pudiera mirarlo a los
ojos y le preguntó dulcemente:
—¿Cómo te llamas?
El muchacho, que se había encogido como si esperara un regaño, se sorprendió
ante la inusitada actitud de la mujer:
—Orelio...
—Muy bien, Orelio —le dijo Mariana para iniciar una explicación que el niño
pudiera comprender—. Debes saber que soy hermana de la mamá del niño dueño
del reloj que tú tienes ahora, y que es muy importante que nos digas de dónde lo
sacaste porque ese niño se ha perdido y todos nosotros estamos muy tristes
porque no sabemos dónde está.
Orelio miró asustado a la mujer que lloraba suavemente unos pasos atrás; a los
policías, que tanto le atemorizaban; al niño limpio que tenía enfrente y al señor,