Page 79 - La desaparición de la abuela
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podrán llamar a la policía. ¿Le cae...?


               —De acuerdo —asintió Carlos sonriendo, luego de consultar con la mirada a su
               mujer y a su cuñada.


               Los chicos le pidieron entonces al papá de Rodrigo que se dirigiera en el auto a
               la misteriosa construcción y que se acercara lo más posible con las luces
               apagadas para no despertar sospechas. Carlos obedeció y, siguiendo las
               indicaciones del Jora, se detuvo en una pequeña loma desde la que se podía

               apreciar el extraño lugar.

               —¡Espérennos aquí! —gritó Fermín— mientras brincaba del auto en compañía
               de su amigo.


               La noche era oscura como boca de lobo y la familia Quijano permaneció en el
               auto dispuesta a esperar con el corazón pendiente de un hilo.






               Mientras tanto, Conrado Mustaquio, ciego de ira y con los pensamientos
               revueltos, creyó hallar una solución desde la central informática: ¡movilizaría el
               satélite rastreador, que pertenecía a un país muy poderoso y localizaría, así, al
               muchacho!


               Desesperado, Mustaquio manipuló botones y, al fin, encontró el activador del
               satélite. En la pantalla, que mostraba lo que captaba y proyectaba, apareció
               primero la región de América Central. Lo movió un poco más... y apareció el sur
               del territorio mexicano... Un poco más y... ¡ahí estaba la ciudad de México!


               Poco a poco, el poderoso lente rastreador buscó cumplir con la orden recibida:
               encontrar el Paraíso. Pasaron algunos segundos y ¡al fin Conrado localizó su
               imperio! ¡Qué lindo se veía desde el espacio!, pensó orgulloso mientras activaba

               las lentes que lo ayudarían a localizar el escondite del chico.

               Conrado Mustaquio no se dio cuenta de que, al manipular botones, la furia que
               lo poseía lo llevaría a cometer el error más grande de su vida: un ¡clic! en la

               tecla equivocada que, en lugar de cerrar los accesos satelitales, hizo que en las
               computadoras de los principales centros informáticos del mundo se captaran las
               imágenes de un satélite en especial. ¡En los monitores de todo el mundo pudo
               visualizarse, en primer plano, nada más y nada menos que el secreto mejor
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