Page 75 - La desaparición de la abuela
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Su plan maestro era que una vez que la tierra estuviera destruida, pues nadie se

               haría cargo de ella, toda la gente noble y buena que había escondido en el
               Paraíso podría reconstruirla y convertirla en el mundo con el que todos ellos, y él
               también, habían soñado.


               Con mucho dinero, Conrado había comprado conciencias y éstas le rendían
               pleitesía; por tanto, se habían convertido en sus cómplices. Por ello, en cuanto
               alguien intentaba rescatar una buena labor en cualquier lugar del mundo,
               Mustaquio se interponía. Secuestraba a ese alguien y ¡lo llevaba al Paraíso!


               Los hombres disfrazados de mendigos, todos bajo la batuta de Rómulo Niente,
               intentaban destruir a los niños de la calle. Sabían que si les daban droga, les
               harían creer que eran felices y tarde o temprano morirían.


               Sabían muy bien que los niños de la calle eran una amenaza para los planes de su
               jefe: la ciudad les enseñaba a protegerse y a cuidarse unos a otros, y ¡eso era
               demasiado peligroso, pues precisamente de lo que se trataba era de destruirlos y
               no de protegerlos!


               Además, tales hombres estaban entrenados para fomentar que las familias se
               distanciaran, que los niños se pelearan, que creciera la basura en las calles, que
               se desperdiciara el agua, que se contaminara el aire, que las computadoras se
               infectaran con un virus invulnerable para poder tener control sobre cualquier
               información —de ahí que el disquet de la abuela fuera confiscado—, que
               aumentara la violencia, que se olvidaran la valentía y la nobleza; en una palabra,
               que el abuso se reprodujera en todas sus formas. Eran expertos en poner trampas
               para que la gente cayera.


               En una sala del Paraíso oculto, en la que había monitores que mostraban hasta el
               último rincón del Paraíso exterior, se paseaba de un lado a otro, rojo de furia,
               Conrado Mustaquio. Resoplaba como rinoceronte al ser atacado y pataleaba en
               el piso sin poder contenerse. ¡No era posible que no lo encontraran! ¡En algún
               sitio tenía que estar ese estúpido niño!


               Entonces Conrado cometió un grave error.


               Con paso decidido, se dirigió por el extremo del Paraíso oculto a una gran sala
               en la que tenía instalada la mayor central informática interactiva que existía en el
               mundo. Era la más grande y la más poderosa porque desde ella, sin que nadie lo
               supiera, controlaba los satélites que tenían instalados en el espacio todos los
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