Page 71 - La desaparición de la abuela
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Un enorme pedazo de terreno, que aparentaba estar cubierto de arbustos, pasto,

               flores y setos, se elevó como plataforma y, por debajo de él, empezaron a salir
               muchos hombres vestidos de azul claro que se dispersaron en todas direcciones.

               Rodrigo bajó velozmente del árbol, sin importarle que su follaje le arañara

               rodillas, piernas y brazos. Brincó en el último tramo y, jadeante, abrazó a su
               abuela:

               —¡Ya vienen por nosotros! ¡Tenemos que escondernos!


               Elena no entendía qué estaba ocurriendo, pero el hecho de no haber probado
               alimento, hacía que su mente se encontrara un poco despejada.


               —¿Quiénes...? ¿Por qué...?


               —¡No sé quiénes son, pero debemos hacer algo y pronto!


               Desolado, el muchacho notó que no había manera de esconderse, pues si salían
               de donde se encontraban los descubrirían de inmediato, así que se le ocurrió una
               genialidad.


               —Ni modo, Nené... ¡te vas a tener que subir al árbol conmigo...!


               Elena lo miró temerosa, pero ante la actitud decidida de quien todavía creía un
               ángel, prefirió obedecer.






               El líder de Milpa Alta, Jorge Alejandro, mejor conocido como el Jora, caminaba
               de regreso a su colonia en compañía de José Luis, Francisco Manuel y Santiago,
               los jefes más valientes de su colonia y a los que llamaban los tres íralos.
               Comentaban la desgracia del amigo de Fermín porque, seguramente, nunca lo
               iban a encontrar. Si Rómulo tuvo que ver con su desaparición, sería mejor que
               sus papás lo dieran por muerto.


               Milpa Alta, que se encuentra a un lado del Ajusco, fue la última zona rural de la
               ciudad y, en el 2006, todavía conservaba algunas nopaleras que escondían cuevas
               y barrancas, es decir, refugios ideales sobre todo para las niñas de la calle. El
               Jora era uno de los líderes más responsables de la ciudad. Sabía que las niñas
               eran pequeñas mamás que cuidaban a los más chiquitos y él y sus jefes
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