Page 67 - La desaparición de la abuela
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saber qué estaba pasando. El muchacho se dirigió hacia el extremo derecho con
un solo objetivo en mente: llegar lo más pronto posible hasta donde se
encontraba uno de los reflectores que iluminaba todo ese lugar.
Rodrigo nunca recordaría cuánto tiempo tardaron en llegar. No supo si fueron
diez minutos o dos horas o cinco. Con su abuela corriendo detrás de él, no
pensaba en otra cosa que en alcanzar esa meta que se le antojaba tan cercana y
tan lejana al mismo tiempo.
Finalmente, casi pegada a árboles muy altos, el chico se topó con una barda
blanca, inmensa... altísima... Allá arriba, girando lentamente para un lado y para
el otro, había un enorme reflector que iluminaba el cielo y a un amplio sector del
terreno. Jadeante, Rodrigo se recargó sobre la gran pared. Se percató entonces de
que Elena estaba temblando de miedo.
—¿Qué onda, Nené...? ¿Qué te pasa...?
Con los ojos desorbitados, ella le contestó llena de espanto:
—¡Todos sabemos que detrás de esta barda está el infierno...!
Rodrigo movió la cabeza de un lado a otro con desesperación e impotencia.
—No, Nené, no hay ningún infierno, y si lo hubiera, aquí estoy para salvarte. No
te preocupes por nada... no te preocupes por nada.
Y mientras repetía la misma frase para tranquilizarla, se quitó la camisa blanca
que cubría la camiseta del equipo de los Bamanes y se despojó de ella.
Elena lo contempló sin comprender y, antes de que volviera a ponerse la camisa
blanca, trató de mirar su espalda para encontrar las alas que dicen que tienen los
ángeles.
Rodrigo no se lo permitió y le explicó, mientras de un tirón deshacía las costuras
de su camiseta de Bamán:
—Escúchame bien, Nené.
—Te escucho.