Page 62 - La desaparición de la abuela
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DE puntitas, Rodrigo se acercó a la mujer que cantaba con los ojos cerrados. La
contempló largamente y no le cupo la menor duda: ¡era su abuela, sólo que diez
años más vieja que en las fotografías que tenía su mamá! ¡Era su abuela, la
Nena...!
Rodrigo se tapó la boca con la mano para no delatarse. ¡Qué extraño que ahora
sintiera un creciente temor! ¡Su abuela desaparecida y dada por muerta vivía
encerrada en un sitio horriblemente maravilloso bajo los efectos de una droga
desconocida, sin saber que estaba viva y que su familia sufría por su ausencia!
El muchacho cerró los ojos y trató de imaginar qué harían sus héroes preferidos
en un momento como éste... ¡no se le ocurría nada...! Rezó, como cuando era
niño, las oraciones que su madre le enseñara, y atinó, tan sólo, a acariciar la
mano que descansaba en el brazo de la mecedora.
La mujer abrió los ojos y lo miró: su mirada era tierna y sin sobresalto alguno.
No sabía quién era ese chico tan guapo ni qué hacía ahí, pero ella le sonrió y le
dijo en voz baja:
—¡Está prohibido entrar en las habitaciones de las almas! ¿No lo sabías?
—¡¿Qué almas?! —exclamó Rodrigo desconcertado y en voz baja.
Doña Elena lo miró un tanto extrañada. Su nieto sintió unas ganas inmensas de
zarandearla y de explicarle lo que pasaba, pero sólo la levantó suavemente de la
mecedora y la llevó a un extremo de la habitación, donde los ojos electrónicos de
los rincones no pudieran verlos.
Seguro de poder burlar la vigilancia, le habló al oído.
—Perdone, señora, ¿me puede decir su nombre?
—Me llamo Alonsa, pero todos me dicen Nené.
¡También le cambiaron el nombre para que no recordara quién era! ¿Qué