Page 65 - La desaparición de la abuela
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RODRIGO, quien no conocía las extrañas costumbres que seguía toda la gente
que vivía en el Paraíso, preguntó a doña Elena a qué horas sería eso de la acción
de gracias y en qué momento servirían la cena.
—Pues tanto así como un horario, no hay. Las luces nos indican cuándo
debemos salir de las habitaciones y cuándo debemos regresar.
—¿Las luces? —preguntó Rodrigo, sorprendido.
—Sí, las luces. En un momento más empezarán a parpadear y entonces nos
iremos al agradecimiento. Después vamos a cenar y luego a dormir, pues
tenemos mucho que hacer mañana y todas las mañanas de todos los días.
Rodrigo no quería preguntar más para no asustarla, pero se moría de curiosidad
por saber por qué la llevaron ahí, y qué tenía que ver lo que estaba escribiendo
cuando la raptaron.
En efecto, a los pocos minutos, las luces de la habitación parpadearon y, como
resorte, doña Elena se dirigió a la puerta. Rodrigo pensó que se comportaba igual
que un zombie y la siguió.
De todas las habitaciones iban saliendo hombres y mujeres que sonreían
extasiados y que daban muestras de quererse entrañablemente.
Rodrigo los siguió, formando parte de esa extraña multitud que parecía un dócil
rebaño de ovejas. Al cruzar por la puerta de cristal, notó que al fondo, más allá
de las veredas que salían del edificio, unos enormes reflectores iluminaban todo
el sitio como si fuera de día. Justo en ese momento, Rodrigo supo lo que tenía
que hacer. Sonrió y le dieron ganas de gritar de puro contento.
La ceremonia de acción de gracias en el Paraíso era una oración colectiva que se
desarrollaba en un enorme templo sin imagen alguna, ubicado en el extremo
izquierdo de las veredas.