Page 69 - La desaparición de la abuela
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LOS vigilantes secretos del Paraíso, todos vestidos de filipina azul claro y
formados de diez en fila, temblaban ante la mirada helada y fulminante de su
jefe, Conrado Mustaquio, el hombre más poderoso del mundo.
Estaba furioso, porque por primera vez desde que existía el Paraíso sus planes no
habían resultado, y todo por culpa de un adolescente imberbe que no necesitaba
comer y que se creía muy listo.
Como todos los grandes tiranos, el hombre no comprendía que algo pudiera
enfrentar su autoritarismo y que no se hiciera su voluntad.
—¡Escúchenme bien todos ustedes!
Los vigilantes levantaron pecho y cabeza, prestos a obedecer de inmediato.
—En diez minutos, nuestros queridos santos estarán profundamente dormidos y
podrán salir a buscar a ese barbaján. Lo quiero aquí, frente a mí, en cinco
minutos más. Eso quiere decir que tienen quince minutos para dar con él y
traérmelo.
Como hormigas, decenas de vigilantes marcharon obedientes hacia una gran
escalera por la que subieron de diez en diez, sin deshacer la formación.
Mientras luchaba por escalar el ahuehuete, en un intento por llegar a la punta,
Rodrigo rogaba porque el árbol fuera más alto que el gran foco que giraba sobre
la enorme barda y que éste no estuviera más lejos de las ramas.
Al fin, gracias a su destreza, logró sostenerse en lo alto del árbol y hubiera
querido gritar de júbilo porque ¡no se había equivocado! El árbol era más alto
que el foco y sus ramas casi lo rozaban. Ambos serían su salvación, la de su
abuela y la de toda la gente atrapada en ese limbo aterrador.
El muchacho calculó rápidamente cuál era la rama que serviría a sus fines y la