Page 70 - La desaparición de la abuela
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encontró a su izquierda. Era muy delgada y abierta en dos y podía romperse bajo
su peso, ¡pero tenía que intentarlo!
—Aguántame, arbolito, aguántame, que sólo será un momento...sólo un
momento...
Rodrigo hablaba para darse ánimos, pues esa rama debía soportar su peso para
que pudiera estirarse lo más posible y alcanzar el foco giratorio, empujarlo hacia
arriba de manera que el haz de luz no iluminara el terreno sino el cielo y,
después, colocar en sus dos puntas la descosida camiseta de su equipo de futbol.
Decidido, se deslizó con mucho cuidado por la delgada rama. Enrolló las piernas
alrededor de ella como si fuera la cuerda de un cirquero y estiró los brazos. Sus
manos lograron asir la base del reflector y pudo impulsarlo hacia arriba. Por un
momento pensó que la fuerza que había impreso sobre el reflector acabaría por
derribarlo pero pudo sostenerse mientras colocaba la camiseta en las puntas de la
rama. No supo cómo, pero lo había logrado. Imaginó entonces una gran ovación
como cuando la Selección Nacional metía un gol y todo México gritaba
¡goooooool!
Rápidamente, y antes de que la rama se quebrara, retrocedió hacia al tronco
fuerte y seguro, desde el que podía corroborar si lo que planeó había dado
resultado. Una enorme sonrisa iluminó su rostro. Lo había logrado.
Como la figura de la camiseta de los Bamanes no permitía el paso de la luz del
sol, Rodrigo sólo siguió el mismo principio del héroe murciélago para proyectar
su imagen en el cielo: cuando la luz del reflector pasaba por la camiseta colgada
de la rama del árbol, el contorno de la figura se proyectaba hacia arriba sin
mayores problemas pues la luz no podía pasar por ella.
El muchacho contempló el resultado: cuando el reflector giraba para un lado y
para el otro, la figura de murciélago se proyectaba en el cielo en forma
intermitente. Él no sabía en qué sitio se encontraban, pero estaba seguro de que
alguien, en algún lugar, podría percibirla y trataría de investigar de qué se
trataba. Rodrigo deseaba con toda su alma que ese alguien no fuera a creer que
era un comercial común y corriente, ¡porque entonces estarían perdidos!
Lleno de esperanza, Rodrigo se dispuso a descender del árbol; al echar una
última mirada desde lo alto, contempló a lo lejos una escena como de pesadilla: