Page 81 - La desaparición de la abuela
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LOS líderes coloniales y los jefes de cuadra, reunidos en la caverna secreta,
realizaron una votación unánime: ¡rescatarían a Rodrigo costara lo que costara!
Tenían que movilizarse con el mayor sigilo para que no se dieran cuenta de nada
los disfrazados de mendigos. La voz corrió de cuadra en cuadra; de colonia en
colonia; de delegación en delegación..., y todos, absolutamente todos los niños
de la calle, desde los más pequeños, se desplazaron como hormiguitas al sitio en
el que habían sido citados. Utilizaron cuanto vehículo tuvieron a su alcance para
llegar lo antes posible: metro, microbuses, peseras, aventones y hasta taxis que
pagaron con sus pocos ahorros. Antes de una hora, todos habían llegado al lugar
de la cita.
No llevaban nada con qué defenderse, sólo se tenían unos a otros y unas
inmensas ganas de ayudar al amigo de su amigo, que se encontraba en tan grave
peligro. Sabían que corrían un gran riesgo pues los disfrazados podían llegar a
ser implacables con ellos, pero sabían, también, cómo despistarlos y, además,
estaban dispuestos a todo.
En el auto, la familia Quijano esperaba en la oscuridad sin quitar la vista de la
señal intermitente en el cielo. La espera se les hacía eterna y, cuando empezaban
a desesperarse, un extraño movimiento los obligó a ponerse en guardia.
—Pero... ¿qué es esto...? —se preguntó Carlos, anonadado.
Antes de que alguien le respondiera, Fermín y el Jora llegaron hasta el auto,
jadeantes y sudorosos.
—¡Ya llegó el ejército, don Carlos! ¡Hemos venido por Rodrigo! —gritó Fermín,
entusiasmado.
—¡Yo voy con ustedes! —gritó a su vez Esteban sin preguntar a sus padres si
tenía permiso o no.
Saltó del auto y siguió a sus amigos a toda velocidad; entonces, Carlos, Maribel
y Mariana bajaron a su vez del auto, llenos de asombro. ¿Cuántos niños llegaron