Page 86 - La desaparición de la abuela
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—¡Tienes que sacarme de aquí sin que nadie se dé cuenta! ¡Vámonos ya!
Los dirigentes de todos los países, presidentes, reyes y primeros ministros habían
sido enterados por los centros informáticos de los hechos que estaba captando
una señal robada por un tal Mustaquio a un satélite ultrasecreto.
Los minicelulares rojos de los dirigentes no dejaban de sonar de un extremo a
otro del mundo, sobre todo el del presidente del país dueño del satélite, quien
siempre había asegurado que su nación no poseía tecnología capaz de contar con
satélites espías.
Al mismo tiempo, las grandes cadenas de televisión empezaron a dar la noticia y,
desesperadamente, sus reporteros a tratar de entrevistar a los responsables de los
centros informáticos.
En cuestión de minutos, las pantallas de televisión de todo el mundo mostraron
lo que sucedía y los presentadores comentaban, impactados, el hecho de que
alguien hubiera podido piratear un satélite secreto. La noticia del robo del
satélite cambió de súbito y se enfocó hacia el descubrimiento del extraordinario
paraíso artificial, del cual nadie sospechaba su existencia en la ciudad más
grande del mundo.
Más tarde, las noticias modificaron el rumbo para describir el asalto infantil de
que estaba siendo objeto el sitio y de la batalla campal que podía ser observada
claramente como si se tratara de una película filmada desde un helicóptero. Ante
el azoro colectivo, el mundo entero empezó a reconocer a cientos de hombres y
mujeres que habían desaparecido en los últimos veinte años y que se habían
dado por muertos.
Los dirigentes de todos los países del mundo ordenaron entonces a sus policías:
¡atrapen a Conrado Mustaquio!
Rodrigo, Esteban, los Bamanes y los jóvenes líderes, al ver que los hombres de
azul estaban perfectamente controlados y que no podían hacer nada contra ellos,
corrieron hacia donde estaba levantada la plataforma por la que subieron los
vigilantes. Ésta había permanecido levantada y los jóvenes pudieron introducirse