Page 89 - La desaparición de la abuela
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CARLOS, Maribel y Mariana, quienes habían permanecido en el exterior del
Paraíso contemplando el asalto infantil, vieron cómo empezaban a llegar, uno
tras otro, helicópteros y patrullas de la policía.
Corrieron los tres hacia las patrullas, pero no había manera de que éstas pudieran
entrar, ¿por dónde, si no había puertas?
Carlos localizó al Comandante en Jefe y trató de explicarle, pero el nerviosismo
y el barullo eran tales que el hombre no comprendió nada. Sin embargo, pidió a
los tres que permanecieran a su lado hasta que pudieran entrar o tener noticias de
lo que ocurría adentro.
Desde un montículo cercano, Rómulo Niente y sus mendigos, que llegaron
retrasados una vez más ante sus posibles víctimas, miraron horrorizados la
escena: patrullas centelleantes afuera del Paraíso, helicópteros que se hundían
tras la inmensa barda y decenas de curiosos atraídos por el escándalo.
El hombre, siempre disfrazado de mendigo, chasqueó los dedos, igual que su
jefe, para ordenar a sus hombres que se despojaran de sus disfraces y se
escondieran hasta nueva orden. Después, consternado, se dio cuenta de que todo
estaba perdido. Dio la media vuelta y se perdió en la noche de la ciudad.
El enorme sitio permitía que los helicópteros descendieran sin dificultad y que
de ellos salieran agentes y más agentes.
Al principio, los niños asaltantes se asustaron porque creyeron que iban por
ellos, pero ocurrió todo lo contrario. Los policías les sonreían, les palmeaban el
hombro y les pedían que por favor entregaran a los prisioneros. Ellos soltaron a
los que tenían apresados, y éstos fueron esposados y conducidos por los policías
a los helicópteros.
Los pobres huéspedes, somnolientos y cubiertos con sus batas blancas,
permanecían unidos, muy asustados y temblorosos, porque esas cosas no
ocurrían en el Paraíso.