Page 87 - La desaparición de la abuela
P. 87
por allí; descendieron una veintena de escalones y descubrieron largos pasillos
con puertas que, al abrirlas, iban mostrando habitaciones grandes y pequeñas: las
grandes eran salas de descanso, comedores, salas de juego, laboratorios y una
gran cocina. Las pequeñas, cuartos como de hotel de lujo, donde había todas las
comodidades.
Los chicos abrían puertas y las cerraban cautelosos, esperando encontrarse de un
momento a otro con gente que quisiera atacarlos. ¡Pero no había nadie! ¡Todo
parecía desierto!
De pronto, Fermín abrió una gran puerta. No podía creer lo que veía en ella.
Gritó a sus compañeros y todos llegaron hasta ahí. Era la central informática en
la que, momentos antes, pataleaba enfurecido Conrado Mustaquio. Fascinado,
Rodrigo observó los monitores, las computadoras, los tableros con botones y,
entonces, todos se dieron cuenta de que las pantallas estaban proyectando el
exterior del Paraíso.
No entendían qué estaba pasando y se asustaron, así que decidieron salir porque
la sala había logrado atemorizarlos. Sin embargo, por la mente de Rodrigo pasó
una idea:
—¡Fermín! Tengo que revisar algo... espérame tantito.
—No, brody. ¡Vámonos...!
—¡Espérame, te digo!
Fermín aceptó, contrariado, y pidió a los demás que volvieran al exterior y que,
si algo pasaba, ya sabían dónde estaban.
Rodrigo parecía concentrarse frente a las pantallas.
Esteban, que confiaba plenamente en su hermano, fue el primero que emprendió
la retirada.
Rodrigo paseó lentamente la mirada por todos y cada uno de los tableros y
monitores. De pronto, se detuvo ante uno de ellos, y empezó a oprimir las teclas.
—¡Aquí está! ¡Aquí está!