Page 91 - La desaparición de la abuela
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y buscaron desesperadamente, entre tantos y tantos niños, a los suyos. Parecía
una gran fiesta, pues una vez que los vigilantes hubieron sido atrapados por la
policía, los niños brincaban, corrían y saltaban e iban descubriendo a los
animales y los sitios maravillosos que albergaba ese lugar de ensueño.
De pronto, se pararon en seco con los ojos arrasados en lágrimas. ¡Ahí estaban
Rodrigo y Esteban flanqueando a doña Elena! ¡Ahí estaba su mamá...! ¡Ahí
estaba...!
Los tres se precipitaron hacia ellos. Maribel y Mariana estallaron en sollozos
mientras besaban y abrazaban a su madre, perdida durante tantos años.
Doña Elena parpadeaba porque en la bruma de sus pensamientos reconoció a sus
hijas de inmediato. No podía hablar, todavía no entendía nada, pero su amor era
más fuerte que el entendimiento y las tres se fundieron en un abrazo que
quisieran que nunca se volviera a romper.
En tanto, Carlos estrechaba a Rodrigo contra su pecho, agradeciendo a Dios que
se lo hubiera devuelto sano y salvo, y cuando Maribel tomó a su hijo entre sus
brazos, sin poder dejar de llorar, Rodrigo los hizo sonreír a ambos:
—¡Si no me llevan a comer algo en este momento, soy capaz de comerme a mi
abuela!
La noche fue larga, muy larga para los huéspedes del Paraíso. Aturdidos, no
sabían cómo se llamaban ni qué estaba sucediendo, pues los habían conducido a
un hotel para que esperaran a ser identificados.
Las cámaras de televisión recorrían una y otra vez sus rostros para que pudieran
ser ubicados por sus familias.
Los vuelos de todas las aerolíneas se saturaron, pues familias enteras se
desplazaron a México para llevarse consigo a aquellos que dieron por muertos.
La mujer que se topó con Rodrigo en el trigal resultó ser nada menos que la
descubridora de la cura del cáncer, y sus amigos, Luis y Felipe, eran los líderes
que los defensores de las ballenas grises habían perdido hacía algún tiempo.