Page 90 - La desaparición de la abuela
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El jemi, al notar que sus amigos ponían en manos de los policías a los hombres
de azul y que, por tanto, ya no había peligro, decidió que era hora de bajar a la
señora del árbol.
—Señora, ¿es usted valiente?
—¡Mucho, angelito, mucho...!
—Pos agárrese bien, ¡que vamos p'abajo! ¿Lista...?
—¡Lista!
En tanto, Rodrigo y Fermín corrieron hacia el exterior, luego de que nuestro
amigo lograra desactivar el virus. Al salir por la plataforma, ambos respiraron
con alivio al ver las caras de los vigilantes cuando se los llevaba la policía.
Corrieron hacia donde estaban los Bamanes y, justo en ese momento, Rodrigo
vio al Jemi caminando con su abuela llevándola de la mano. Corrió hacia ellos
para abrazarla y besarla; ella, que caminaba como mareada, le dijo:
—¿Sabes? Me parece muy raro que ninguno de los ángeles tenga alas.
—Luego te explico por qué, Nené, no te preocupes.
Por los aparatos de intercomunicación, las policías en el exterior pidieron a los
que habían bajado en los helicópteros que buscaran una puerta por la que
pudieran tener acceso; ellos respondieron que no la encontraban por ningún lado,
pero uno de los prisioneros, seguro de que su castigo sería menor si les ayudaba,
les dio la clave.
—Si giran hacia la derecha la Diana Cazadora que está en la fuente, se abre una
puerta secreta frente a la puerta de cristal.
Uno de los policías que escuchó la clave corrió hasta la fuente y, en efecto, al
hacer girar la hermosa estatua, la enorme barda blanca desplazó dos puertas que
nadie jamás hubiera podido descubrir.
Carlos, Maribel y Mariana sintieron que habían sido transportados al cuento de
Alí Babá y los cuarenta ladrones, que abrían la puerta de la cueva de los tesoros
con el conjuro de ¡Ábrete Sésamo! Los tres corrieron hacia el interior del Paraíso