Page 82 - La desaparición de la abuela
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hasta allí? Sólo Dios lo sabe. ¡Cientos de miles de chiquillos, niños y niñas,

               todos dispuestos a escalar la enorme barda para encontrar a Rodrigo!

               Utilizando manos, pies, hombros, piernas, inteligencia, audacia y algunas
               cuerdas, los líderes y los jefes lograron trepar hasta lo más alto. Desde ahí dieron

               instrucciones a los de mayor estatura para que subieran sobre sus hombros a los
               de menor altura y éstos a los más bajitos hasta lograr llegar al borde superior de
               la barda. Una vez allí, se dieron cuenta de que no era tan difícil el acceso como
               suponían. Amarraron las cuerdas a las ramas de los frondosos árboles para que
               sus compañeros pudieran seguir subiendo; y luego, como ellos, descender sin
               mayor dificultad.






               En la punta del ahuehuete, Rodrigo conversaba en voz muy baja con su abuela.
               ¡Se moría de ganas por preguntarle muchas cosas, pero tenía que aguantarse!
               Notó que ella tenía aún los ojos extraviados y que seguía sonriendo con esa
               beatitud desquiciante. Así no se podía, se dijo a sí mismo, ella seguía creyendo
               que era un ángel.


               —Oye, Nené... ¿y por qué te pusieron Nené?


               —No sé. Un día amanecí llamándome así.

               —¿Amaneciste?


               —¡Sí! Cuando llegué aquí me dijeron que ya no me llamaría como me llamaba,
               porque ya estaba en otro mundo.


               —¡Aaaah...! ¿Y te acuerdas cómo te llamabas?


               —No.


               Las respuestas eran lacónicas y el muchacho consideró que era mejor dejarla
               tranquila.


               De pronto, los ojos de Elena se desorbitaron.


               —¡Ángel...! ¡Ángel...! ¡Mira...!
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