Page 83 - La desaparición de la abuela
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El dedo de su abuela señaló detrás de él; Rodrigo, con una alegría inmensa,

               reconoció a Fermín y a algunos de los Bamanes. Comprendió que iban a
               rescatarlo y que habían llegado con todos sus amigos. ¡Estaban encima de la
               barda y empezaban a descender por los árboles a toda velocidad!


               Rodrigo trató de pensar rápidamente. Los hombres de azul estaban por todas
               partes, iban a hacerles algo malo y él tenía que avisarles... pero no podía dejar a
               su abuela... ¿qué hacer, por Dios...qué hacer...? Entonces decidió:


               —Mira, Nené —dijo.

               La mujer asintió sin despegar los labios, muy asustada.


               —Vas a esperarme aquí. Mira, todos esos que ves... ¡son mis cuatachos...!


               —¿Son ángeles también? —preguntó fascinada.


               Rodrigo sonrió y pensó que sí, ¡claro que lo eran!:


               —¡Por supuesto que son ángeles y tengo que ir a hablar con ellos! ¿Me vas a
               esperar? ¿Me lo prometes?


               Elena volvió a afirmar con un movimiento de cabeza. Rodrigo, después de
               cerciorarse de que estaba segura y de que no corría el riesgo de caerse, se
               encomendó a toda la corte celestial y descendió del árbol.


               Al llegar al suelo, chifló para llamar la atención de sus amigos. El primero que lo
               reconoció fue Esteban, ¿cómo no saber de quién era ese chiflido?, y luego de
               gritar a sus amigos que había encontrado a su hermano, corrió hasta donde
               estaba.


               El grito de Esteban puso en alerta a los hombres de azul y decenas de ellos
               corrieron, a su vez, hacia el sitio de donde habían salido grito y chiflido. Rodrigo
               y Esteban se abrazaron, emocionados, pero no tenían tiempo para preguntas: los
               hombres de azul comenzaron a rodearlos amenazadoramente.


               Pobres hombres, nunca se imaginaron lo que les esperaba. Cientos de
               muchachos que bajaban en racimos por los árboles se echaron sobre ellos y los
               abrumaron con manotazos, mordidas y patadas, y se les colgaron de brazos y
               piernas, inmovilizándolos.
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