Page 11 - La otra cara del sol
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cuántas cosas más.
El abuelo es protestante y, para más señas, pastor. Le habíamos preguntado a
mamá por qué teníamos familia protestante en un país tan católico como el
nuestro. Mamá nos dijo que no sabía exactamente desde cuándo su familia era
protestante. Nos dijo que unos gringos habían llegado a su región a evangelizar
cuando era muy pequeña, así como lo habían hecho en los campos donde vivía la
familia de papá. Mamá nos había contado que los padres de papá habían sido
muy ricos, tenían una hacienda tan inmensa cuyos límites no se veían ni desde lo
alto de una montaña. La abuela poseía arcones con objetos traídos de Europa:
vajillas, cubiertos, manteles. Habían tenido quince hijos que el abuelo había
criado con mano de hierro y en la fe católica. Era tanto, tan severo el abuelo, que
una vez colgó a papá a unos centímetros del suelo y lo azotó por haberse robado
la oreja de una lechona que habían preparado para una fiesta. Cuando supe esta
historia odié al abuelo y me alegré de no haberlo conocido. Ninguna falta me
hacía conocer a un tirano.
Los gringos llegaron a la hacienda de los abuelos y los convirtieron al
protestantismo. Una de las hermanas de papá, que nunca quiso ser protestante y
que es más católica que el Papa, dice que por culpa de “esos sinvergüenzas
evangélicos” los abuelos perdieron toda su fortuna.
El caso es que el abuelo mandó a su hijo mayor a hacer estudios bíblicos a
Puerto Rico y desde hace muchísimos años es pastor de una iglesia en Nueva
York; nunca más volvió a nuestro país.
Lo raro es que papá y mamá nunca tuvieron religión o tuvieron dos... Mamá iba
a la iglesia católica al entierro de alguien conocido o por otra ocasión especial,
como nuestra primera comunión, pero muchas veces, metida en la cama porque
sentía frío, se ponía a cantar himnos protestantes. En el mes de mayo, cuando
pasan con la Virgen de casa en casa, papá la recibe y reza con todos, pero
también le da de cuando en cuando por mandarnos a la iglesia presbiteriana que
abrieron hace unos años en nuestro pueblo. Para mí esto es una pesadilla; me
aterra que la gente me vea entrar allí, que me señalen con el dedo como a una
criminal. Papá no se da cuenta de que si las monjas del colegio se enteran de que
frecuentamos una iglesia protestante, nos ponen de patitas en la calle.
Yo a veces no sé lo que soy. Hay cosas de los protestantes que me gustan. Sus
ceremonias me parecen más alegres y vivas que las de los católicos. Pero no me