Page 15 - La otra cara del sol
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lleva y que le queda precioso.
Según la tía Dorita, el tío Jota se había ido recién al servicio militar cuando
empezaron los problemas. El abuelo se iba al pueblo, y como tardaba mucho en
regresar a casa, encontraba a la abuela hecha una fiera. Una vez fue tanta su
rabia que cogió el mejor vestido del abuelo y su mejor sombrero y los volvió
trizas con unas tijeras. La abuela decía que su marido era un mujeriego y él
aseguraba que ella estaba simplemente enferma de celos. La cuestión fue que un
día la abuela se hartó y se fue. Y desde ese día mamá tuvo que velar por sus dos
hermanas menores.
—¿Cuándo volvieron a verla? —le pregunté a la tía Dorita.
—Meses después, a escondidas de papá —dijo ella tristemente.
—¿Les había prohibido verla? —preguntó Tatá.
—¡Claro! Para él era peor que si viéramos al mismo diablo. Pero lo
desobedecimos porque para nosotras era imposible dejar de verla.
—¿No le tenían rabia? —pregunté.
—No, nunca se la tuvimos —dijo ella con la mirada perdida en los recuerdos.
Abracé muy fuerte a la tía Dorita y le dije que yo tampoco habría tenido rabia
contra mi madre si hubiese pasado algo parecido. Pero en el fondo sabía que eso
jamás hubiese ocurrido. Mamá había adorado a papá, eso para mí estaba muy
claro. Y mis tías tampoco abandonarían jamás a sus maridos. Ellas, como mamá,
tienen un temperamento dulce; la abuela es como una tormenta, sus hijas como
un mar en calma. El tío Jota nunca buscó comprender a su madre; escogió el
olvido.
La abuela dice que no soporta el engaño y una vez dijo que si llegase a enterarse
de que alguno de sus yernos engaña a una de sus hijas, lo muele a palos. Y la
creo muy capaz de hacerlo.
La tía Dorita nos contó también que cuando la abuela va a quedarse una
temporada en su casa, a veces le provoca irse al monte, porque la abuela y el tío
Antonio, el marido de la tía Dorita, se pelean como perros y gatos. La abuela,
que cuando está enojada no respeta a nadie, le lanza a su yerno unos apodos...