Page 17 - La otra cara del sol
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niños que jugaban y correteaban.
Qué raro que a Ismael no le guste escribir, él, que vive con la nariz metida entre
los libros. A mí, por el contrario me ha dado por escribir cartas a la abuela y a las
tías. Mis cartas son tristes porque en ellas hablo todo el tiempo de mamá y de la
falta que nos hace a todos.
UN DÍA DE ESOS en que escribía a la tía Dorita, oí un ruido extraño. La mesa
se movió y súbitamente mis hermanos salieron corriendo despavoridos. Papá,
que estaba leyendo el periódico, saltó de su silla. Como pudo nos reunió a todos
y nos hizo meter bajo la mesa del comedor. La casa parecía una hamaca y su
vaivén hacía chirriar puertas y ventanas, oíamos el caer de los objetos, los vasos
y los platos que se estrellaban contra el suelo y alcanzábamos a oír los gritos de
la gente en la calle.
—¡Es un terremoto!
—¡Está temblando!
Monona, Nena y José lloraban aferrados a Fanny y a Tatá y ellas dos, blancas
como la leche, se miraban con ojos desesperados. Coqui y el Negro hacían de
tripas corazón para no llorar y yo estaba paralizada, y me daba la impresión de
que nunca más iba a enderezarme. Vimos al cabo de un siglo las piernas de papá.
—Ya pasó, ya pasó —nos decía mientras que con sus gestos nos daba valor para
que saliéramos de nuestro refugio.
Debíamos de parecer un grupo de fantasmas; papá como pudo nos apretó contra
él.
—Ya pasó —repitió para darnos confianza, pues nos habíamos quedado
inmóviles.
Recorrimos la casa casi en punta de pies; nos parecía que si caminábamos
normalmente se vendría abajo. Recogimos las cosas rotas, cerramos los
armarios, pusimos los muebles en su lugar, pues todo se había desplazado.
Luego salimos a la calle y vimos amasijos de tejas rotas, de vidrios, de ladrillos.
La gente, como alelada, observaba como nosotros. Papá hizo una ronda por el