Page 21 - La otra cara del sol
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hablando. Esta vez no tuvimos que hacer ningún esfuerzo.
Papá dijo a Coqui y al Negro que fueran a comprarles unas cervezas. Yo me
acerqué a papá y le dije:
—No quiero que te pongas triste.
Por toda respuesta papá me palmeó con ternura las mejillas.
—Nadie va a ponerse triste, Jana, simplemente hay que recordar, porque
recordar es revivir, es revivirla —me dijo Pacheco.
—Yo sé, de todas maneras, mamá está en mi corazón, está en mis hermanos, la
veo en mí cuando me miro al espejo. Ismael me lo dijo hace tiempo, que ella
vivía en todos nosotros, en las tías, en los abuelos, en ti también...
Pacheco me abrazó muy fuerte.
—Cómo creces, Jana —me dijo papá.
—Será por dentro, porque físicamente sigue siendo chiquita —dijo Coqui
burlón.
Pacheco y papá rieron.
—Es la más chiquita de todo el colegio —agregó Tatá.
—Tal vez —dijo Pacheco—, pero lo que hay en su cabecita tiene estatura.
Ninguno de mis hermanos parecía impresionado por las palabras de mi padrino,
para ellos yo no era ningún genio en nada, era solo una hermana.
—¡Eh, jovencitos! ¿Y nuestras cervezas? —protestó papá.
Coqui y el Negro salieron corriendo.
Nena, José y Monona pidieron a Pacheco que hiciera algún pase de magia, pues
los mayores les habíamos hablado siempre de sus “poderes”. Sin hacerse de
rogar, Pacheco sacó un pañuelo de su bolsillo, lo desdobló, luego hizo pliegues y
nudos y en menos de lo que canta un gallo había fabricado un ratoncito que hizo
subir por sus brazos, saltar a las trenzas de Nena, brincar a los hombros de José y