Page 25 - La otra cara del sol
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como a ella, les gusta la alegría, el baile, la vida —dijo Pacheco a papá.


               Pacheco y la abuela se habían separado hacía tiempo, pero él siempre hablaba de
               ella con mucho cariño.


               —A mí también me gusta la vida, pero... —Papá no pudo continuar su frase
               porque su voz se quebró.


               —Ya, ya —dijo Pacheco—. Hasta la pena más honda se apacigua con el tiempo,
               pero también hay que desear desprenderse de ella. La vida es como un río que
               nos lleva en su corriente y de nada sirve aferrarnos a la orilla; hay que ir hacia
               adelante.


               Nos acostamos muy tarde; antes de ir a la cama abrazamos fuerte a Pacheco por
               ayudarnos a volver a la vida.






               PACHECO SE FUE y su partida no nos entristeció porque nos había dejado un
               tesoro: había hecho que papá dejara de aferrarse a la orilla.


               Dos días después de la partida de Pacheco, al volver del colegio, por poco nos da
               a todos un ataque. En medio de nuestra sala un televisor nuevecito nos esperaba.
               Nuestra felicidad no tenía límites y papá se divertía con nuestra estupefacción.
               Fanny se secaba una y otra vez las manos con su delantal. De detrás del sofá
               papá sacó una caja envuelta en papel para regalo y se la entregó a Fanny; esta se
               quedó inmóvil, incapaz de articular palabra. Papá casi la obligó a tomar el
               paquete. Con manos temblorosas empezó a rasgar el papel, a abrir la caja de la

               que sacó una preciosa radiograbadora. Se puso a llorar de emoción, era el primer
               regalo valioso que recibía en su vida. Fanny estrechaba el radio contra su pecho
               mientras le daba las gracias a papá.


               Estaba preguntándome de dónde había sacado papá el dinero para comprarnos
               semejantes regalos, cuando nos dijo:

               —El televisor lo compramos entre Pacheco y yo. Pacheco no parece ser

               solamente el padrino de Jana sino también el de todos nosotros.

               Sentí un poco de celos. No quería que nadie se apropiara de mi padrino, pero,
               bueno, si eso los hacía felices...
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