Page 20 - La otra cara del sol
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—Platos rotos... —contestó papá.
—¿Podemos abrir la caja de los panderos, papá? —preguntó el Negro con la
boca hecha una piscina.
—¡Claro!, pero con maña, no hay que comerse todo de un tirón —dijo mientras
miraba a Pacheco.
Pacheco nos miraba divertido; sin embargo, alcancé a ver en sus ojos algo triste.
Estaba segura de que pensaba en mamá. Cuando Pacheco la conoció, dijo a la
abuela:
—Pero ¿cómo puede ser hija tuya ese ser angelical?
Parece que la abuela le rompió un plato en la cabeza y lo único que hizo Pacheco
fue reírse mientras seguía diciéndole:
—Pero, es verdad, es como si una pantera fuera la madre de un cordero.
La abuela no podía con Pacheco, no había manera de sacarlo de sus casillas.
Además, ella sabía que pantera y todo, él la quería. La abuela se dijo a sí misma
que era verdad, que sus hijas eran angelicales, y que estaba orgullosa de ellas
porque no eran ángeles endebles, sino fuertes, y que un ángel fuerte, algo de
pantera debía de tener.
En vida de mamá, cuando Pacheco venía a casa, le encantaba ponerse a hablar
con ella en el comedor. El le contaba su vida. La abuela nos había dicho que
Pacheco no hablaba de su vida a nadie. Ni a ella le decía gran cosa, solo a mamá.
La abuela nunca le preguntó nada a mamá y ella jamás le contó nada. Oíamos
que mamá reía y habríamos querido estar allí con ellos, pero mamá nunca nos lo
permitió, y cuando la abuela nos veía merodear alrededor de ellos nos
amenazaba con su pantufla.
—Fue para mí como la hija que nunca tuve, aunque a veces me parecía que era
mayor que yo; sus opiniones tenían mucho peso para mí —dijo Pacheco de
pronto.
Lo miramos alelados. Sabíamos que Pacheco estaba hablando de mamá. Papá
apretó los labios. Pacheco era así, se quedaba ensimismado y de repente soltaba
un borbotón de frases y uno tenía que adivinar de quién o de qué estaba