Page 24 - La otra cara del sol
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desbocado. ¡No!, no era verdad, no se habían sometido del todo, de una u otra

               manera habían hecho al menos una mínima parte de lo que habían querido.
               Fanny había seguido estudiando a escondidas, y aunque trabajase en nuestra casa
               no tenía intenciones de ser muchacha de servicio toda la vida. Su sueño era
               aprender modistería. Alicia y sus hermanas devoraban los libros y podían viajar
               a otros mundos adonde don Samuel no podía alcanzarlas. Además habían
               contribuido mucho a hacerme amar más y más la lectura; eran ellas quienes me
               habían prestado los primeros libros. La señorita Elvira, que tampoco ha hecho
               muchos estudios, administra la finca de la familia con mano de hierro y no
               necesita de ningún hombre para cargar y descargar su jeep.


               Luego le hablé de todo esto a Tatá y nos prometimos que ambas iríamos a la
               universidad y que luego ayudaríamos a nuestros hermanos.






               PACHECO SE QUEDÓ una semana en casa. Su compañía subió el ánimo de
               papá. De vez en cuando los dos se tomaban unas cervezas y charlaban hasta muy
               tarde. Una de esas noches Pacheco quiso oír música bailable; papá le dijo que en
               casa no se ponía ese tipo de música por respeto a mamá, que solamente oíamos
               música clásica. Pacheco lo miró con los ojos como dos platos:


               —Pero ¡qué me dices! ¿Por qué privas a tus hijos y te privas tú de algo que ella
               amaba? Al contrario, los niños necesitan oír cosas alegres, apreciar la música de
               este país y de este continente. ¡Aquí se necesita alegría a manos llenas! —dijo
               Pacheco hablando a papá como si fuera un niño.


               Papá no dijo nada y nosotros tampoco. Mi corazón latía atropelladamente
               esperando su reacción. Nos encantaba la música clásica que nos ponía los
               domingos, pero nos moríamos de ganas de oír nuestros otros discos...


               Papá se puso de pie, prendió el equipo de sonido y puso un disco de cumbias.
               Nos miramos felices. Monona empezó a zarandearse y Pacheco la imitó mientras
               batía palmas y nos incitaba a que siguiéramos el ejemplo de Monona. Entonces
               nos lanzamos todos al ruedo; bailamos hasta el cansancio, no queríamos parar,
               como si hubiésemos querido recuperar el tiempo perdido. Papá parecía contento,
               nos daba la impresión de que volvía a ser de carne y hueso, que dejaba de ser un
               fantasma.


               —Aunque ella no sea santo de tu devoción, tus hijos son dignos nietos de Flora;
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