Page 19 - La otra cara del sol
P. 19
a vernos, pero se puso tan triste que se fue más rápido de lo que había pensado y
nunca más había vuelto.
Me colgué de su cuello con fuerza.
—¡Eh, me vas a asfixiar! —me dijo mientras me ponía en el suelo y exclamaba:
—¡Pero eres toda una mujercita!
—Ya estoy en tercer año de bachillerato —le dije con orgullo.
Salimos del cuarto y nos reunimos con la familia en la sala. Pacheco nos contó
que le había tocado el temblor en lo alto de la cordillera. Se había detenido en la
carretera para comprarnos legumbres y panderos y su carro rodó unos metros,
por fortuna una piedra atrancó una de las ruedas delanteras, si no, se hubiese ido
al precipicio.
—¿Tienes carro? —le preguntó Coqui emocionado.
—¡Claro! Está allá, a la vuelta de la esquina.
Sin esperar nada, lo agarramos de la mano para que nos llevara hasta él. Era un
carro rojo, reluciente.
—¡Es un Chevrolet! —exclamó Coqui, que es un experto en marcas de
automóviles.
—Cuando todo este desorden se calme, los llevaré a dar una vuelta —nos dijo
mientras tomaba del baúl un gran saco lleno de legumbres y una enorme caja de
panderos.
Los panderos me encantan, saben a canela y se derriten en la boca en un
santiamén. Desafortunadamente mis hermanos los adoran y por lo mismo se
acaban en un dos por tres.
Entramos a casa con las verduras, los panderos y la maleta de Pacheco. Este
inspeccionaba la casa.
—Aparentemente no sufrió nada grave —dijo aliviado.