Page 14 - La otra cara del sol
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con el periódico en la cabeza y le replica: “Mejor que se sientan quinceañeras,

               no un par de viejas achacosas como vas a ser tú, que prefieres reventarte de calor
               antes de irte al río y cerrar una tarde este almacén de los diablos”.

               Entonces el tío Ramiro se queda mudo, porque la tía Albita le lanza las verdades

               a la cara, pues ese almacén que tienen, donde venden absolutamente de todo, él
               no lo cierra jamás, ni siquiera los domingos. Bueno, para ser justos, solo lo cierra
               el Viernes Santo, el 25 de diciembre y el 1 de enero. Y cuando la tía Albita está
               muy harta se va a ver a la tía Dorita y deja unos quince días al tío y a la abuela
               que se tiren los platos a la cabeza.


               La verdad sea dicha, la abuela no se entiende con ninguno de sus yernos, porque
               ninguno, según ella, les da en los tobillos a sus hijas, y ni se diga de la mujer de
               su único hijo, el tío Jota, a quien nunca vemos y de quien dicen las malas
               lenguas (sobre todo la de la abuela) que su mujer lo maneja con el dedo chiquito.
               A ella la he visto pocas veces, es una mujer de armas tomar y cuando grita los
               muros de su casa se estremecen. El tío Jota no visita nunca a la abuela, ni le
               escribe y yo sé que ella sufre en silencio. Y me pregunto por qué el tío se ha
               olvidado de su madre. ¿Es que uno con el tiempo quiere menos a sus padres? ¿Es
               eso posible? Yo daría lo que fuera porque mamá volviera a la vida y me parece
               imposible que si hubiera tenido la suerte de tenerla por años y años mi amor por
               ella disminuyera.


               Es posible que el tío Jota no le haya perdonado a la abuela que los haya
               abandonado cuando eran niños. Esto tardé en saberlo. Al principio fui atando
               cabos porque en este mundo hay que ser grande para poder saber las cosas; las
               verdades están reservadas a los mayores. Uno aprende a distinguir qué es lo que
               no debe preguntar, de qué no debe hablar, porque si lo hace o lo despiden con un
               “No metas la nariz en cosas de mayores” o simplemente lo sumen en un hueco

               de silencio insondable.

               Nunca nadie me explicó por qué el abuelo tiene otra mujer y otros hijos ni por
               qué en una época la abuela llegaba a casa con Pacheco, mi padrino. Finalmente,

               un día la tía Dorita nos contó a Tatá y a mí lo que había ocurrido.

               Los abuelos, mamá y mis tíos vivían en una pequeña finca. Enseguida me acordé
               de que en nuestro álbum familiar había una foto del abuelo, la abuela y los

               cuatro hijos posando con la casita al fondo. Lo que más me gusta de esa foto es
               el porte altivo de la abuela, que parece orgullosísima del sombrero blanco que
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