Page 31 - El hotel
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–¿Y Juanita lee siempre la misma carta?


               –La misma, como si la hubiera recibido en ese momento.


               –¿Y el notario va a ver salir el tren de Orense cada domingo desde hace quince
               años?


               –O veinte.


               –¿Y por qué no se monta en el tren?


               –No sé. Cosas de notario.

               –¡Y el forense y tu tío se matan a canciones!


               –Se matan.


               –¡Y doña Leonor Abella vive como si estuviera en un barco!


               –En un crucero. Y sale a ver los puertos. Un día dice que está en Dublín y al
               siguiente se baja en Greenock, da una vuelta al pueblo y vuelve sonriente
               contándonos muchas anécdotas. Ahora está de viaje por los países nórdicos. La
               vuelve loca el norte.


               –¿Y tus tíos le siguen la corriente?


               –Se la siguen.


               –Ya, lo normal –decía él poniendo la misma cara que si hubiera mordido un
               limón.


               –Y luego están los canadienses, pero a esos no hay quien los entienda –
               completé–. Y los tres fantasmas.


               Del ángel que era mi padre, yo no quería hablar.


               A veces veíamos al abuelo Aquilino pasear arriba y abajo de la calle. La curva de
               su barriga se bamboleaba con su paso festivo. También el airoso bigote se le
               movía, y daba gusto verle tan imponente y señorial. En alguna ocasión le oímos
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