Page 48 - Puerto Libre. Historias de migrantes
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El veracruzano peló tremendos ojos antes de correr a secretearse con su colega,
que con tal de venir al chisme hasta dejó de atender a los pasajeros que le habían
tocado. El veracruzano asintió ante la seriedad del otro y luego volvió a
preguntarle a mi mamá, que ya para ese momento estaba a dos segundos de que
le diera el dichoso soponcio con el que nos había amenazado toda nuestra
infancia.
—Señoura, ¿me puede moustrar el dinerou, please?
Era algo terriblemente anunciado pero no por eso menos sorpresivo: el soponcio
por fin llegó.