Page 16 - Esquilo - Πέρσαι ♦ Los persas
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Τὰ τοῦ δράματος πρόσωπα                           PERSONAJES
            ΧΟΡΟΣ ΓΕΡΟΝΤΩΝ ΠΕΡΣΩΝ                             CORO de ancianos persas.
            ΒΑΣΙΛΕΙΑ [ΑΤΟΣΣΑ]                                 REINA VIUDA, esposa que fue de Darío.
            ΑΓΓΕΛΟΣ                                           MENSAJERO.
            ΕΙΔΩΛΟΝ ΔΑΡΕΙΟΥ                                   SOMBRA DE DARÍO.
            ΞΕΡΞΗΣ                                            JERJES, Rey de Persia.



          La escena representa la explanada del palacio real, al que se accede mediante unas gradas. En un lateral se supone que
       hay una puerta por donde puede salir una carroza. En el lado contrario, más cerca de la orquestra, la tumba de Darío.
          Lo mejor, creemos, es ir describiendo muy someramente la escenografía verosímil con miras a la mejor interpretación
       por parte de los lectores.
          Los Persas se desarrolla en Susa, capital de Persia, ciudad citada ocho veces en la tragedia: allí se supone existente el
       edificio de un consejo de ancianos cuya fachada, de una sola puerta, actúa, probablemente representada mediante paneles
       pintados, como fondo de la acción; este local es el mencionado en 141.
          A un lado de la orquestra o espacio circular reservado al coro, donde no estorbe mucho, se yergue, como en Las Coéforas,
       el túmulo de Darío (en Níobe y Helena se podían también contemplar, respectivamente, las sepulturas de los Nióbidas y
       Proteo; alguien ha aducido un paralelo arqueológico, el de los sepulcros de los reyes de Micenas, tumbas de las llamadas
       de pozo, que están enfrente de la acrópolis); la verdad es que este monarca fue realmente enterrado en Persépolis, pero a
       Esquilo no le importan mucho ni ello ni el hecho raro de que el rey esté sepultado no delante de su palacio, sino frente a
       otro edificio oficial. El actor que ha actuado como mensajero, al hacer mutis en 514 pasó a la barraca a cambiarse de ropa y
       máscara y ha tenido luego que arreglárselas para acurrucarse detrás de la tumba sin que el público lo note apenas, para lo
       cual es conveniente que ésta se halle cerca del edificio por cuyo lateral habrá salido, hasta su aparición en 681; entonces se
       alza sobre ella; vuelve a ocultarse en 842 y o bien, puesto que, como vimos, no volverá a ser necesario, espera allí hasta el
       fin de la obra, o se arrastra con disimulo hacia la barraca.
          Por lo demás la acción puede seguirse bastante claramente. En el verso 1 los consejeros del coro llegan a la explanada
       de frente al consejo; en 140 el corifeo les exhorta a entrar y deliberar, pero no lo hacen (tampoco les habría sido posible,
       porque la puerta del edificio no es practicable) ante la llegada (150) de la reina, que viene de palacio impulsada por su
       sueño. Lo hace en un carro, con numeroso cortejo en torno a él: Atosa no nos lo dice aquí, pero pone de relieve el haber
       prescindido de un tal vehículo en 607 ss. Éste es el primero de los llamativos usos de un carruaje en Esquilo y su imitador
       Eurípides. En los últimos versos citados hallaremos un nombre aplicado a cualquier medio de transporte de este tipo: no
       se mencionan caballos, pero la disposición de los accesos al escenario hacía posible el espectacular empleo de tracción
       animal, aunque tampoco  hablen de ella  Ag. 782 ss.  ni  Tr. 568 ss. En cambio,  El. 988 alude a pesebres e  Iph. Aul. 619
       concretamente a unos potros asustadizos, pero la aparición de un derivado de hámaxa en Ag. 1054 y la de apḗnē en Ag. 1039,
       Iph. Aul, 618, Tr. 572, El. 998, vocablos ambos que evocan la idea de una carreta de cuatro ruedas tirada más bien por mulas,
       hace verosímil que fueran estos híbridos los empleados como más capaces de esperar pacientemente a lo largo de extensos
       parlamentos. En cuanto a Heracles, 815 ss., al carro de Lisa se hace referencia en 880, pero, puesto que parece que ella e Iris
       son alzadas por la grúa, la máquina difícilmente podría también con el vehículo y su tiro.
          En 249 entra el mensajero; es inverosímil que haya acudido ante todo al consejo para informar a los consejeros y que
       sólo por casualidad encuentre allí a la reina, cuyo mutismo señalamos antes. En 532 se va ésta, nuevamente en carro y con
       su cortejo, al palacio, donde debe recoger las ofrendas; pero teme que entretanto llegue Jerjes —¿por qué al consejo?— y
       encarga que, si ello ocurre, le cuiden y escolten hasta el palacio.
          En 598 el rey no ha llegado, pero sí Atosa a pie, como indica el citado verso, modestamente ataviada y con las ofrendas
       que realiza ante el altar de la orquestra mientras se invoca a Darío, que en 681 y 842 aparece y desaparece como queda
       dicho. En 851 la reina, por la razón de economía escenográfica ya conocida y utilizando el pretexto de la ropa de su hijo
       (¿cómo sabe que estará andrajoso y que no irá en primer lugar a palacio?), desaparece para no volver. En 904 llega Jerjes,
       efectivamente muy mal trajeado y en otro carro que describen 1000 ss. («tienda llevada por ruedas», es decir, carreta
       cubierta de viaje). Y finalmente en 1077 salen de escena todos con dirección a palacio, el monarca y el coro a pie y su carreta
       llevada por el séquito.
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