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diciones o experiencias empíricas en que podría –eventualmente- ser refutada. Como se desprende del
punto anterior, advertir una cierta regularidad hace posible formular una hipótesis de modo general.
Por ejemplo, si se afirma:
“Si es mosca, vuela” o “Toda mosca, vuela”
se está formulando un enunciado de alcance general. Como lo hemos dicho: no importa de qué
mosca estemos hablando, ya que en verdad no hablamos de ninguna en particular sino de todas y
cualquier “mosca”. Nuestro enunciado dice, simplemente, que “Si es mosca”, entonces necesariamen-
te será un “ser volador” (al menos eso es lo que postula nuestra regla o hipótesis).
Ahora bien, para saber si esa hipótesis es cierta será necesaria comprobarla. Para ello se requiere
no ya de enunciados generales, sino de enunciados particulares. A estos enunciados los vamos a llamar
“hipótesis de trabajo”. Esas hipótesis particulares son casos en los que, pretendidamente, la regla de-
berá cumplirse. Así diremos, que:
“He aquí una mosca” entonces: “esa mosca deberá volar”.
Adviértase que ahora hablamos de un “caso de mosca” particular. No de cualquier mosca, sino de
“esta” que tenemos delante. Y predecimos (por derivación de nuestra hipótesis general) el comporta-
miento que esperamos. En este caso , que “vuele”.
Supongamos que efectivamente la mosca que tenemos delante vuela. ¿Podemos concluir entonces
que “si esta mosca vuela”, “toda mosca vuela”?
La respuesta es negativa. Podría ocurrir que la mosca que observamos fuera un ejemplar extraño
por alguna razón desconocida, y por eso mismo constituye “la excepción y no la regla”. ¿Qué hacer
entonces para probar nuestra regla o nuestra hipótesis?
La respuesta a esta pregunta ha desvelado a epistemológos de todos los tiempos.
Algunos creyeron que bastaba con tomar un número suficientemente grande de casos (en nuestro
ejemplo de moscas) y averiguar si todas presentan la propiedad predicha (en nuestro ejemplo, si todas
ellas vuelan). Si así fuera, estaríamos en condiciones de aseverar (o al menos estimar con alguna pro-
babilidad) que “toda mosca vuela”. Esta posición se conoce como “inductivista”: supone que a partir de
unos casos podemos “saltar” a la regla (inferir lo general de lo particular, como dicen los lógicos).
Pero, supongamos que hubiésemos examinado unos cuantos millones de moscas. ¿Cómo saber
entonces si la próxima mosca que aún no hemos examinado también vuela? ¿En qué número de casos
deberemos detenernos para estar seguros de la generalización? Quizá deberíamos cambiar la regla
y decir que “con alta probabilidad, si es mosca vuela”. Pero en ese caso no hemos probado nuestra
regla, sino que la hemos cambiado (acomodándola a nuestras imposibilidades, no podemos conocer
a todas las moscas, ni a todas las actualmente existentes, ni a todas las moscas por nacer, ni a todas las
moscas alguna vez nacidas). Frente a esta situación, otra posición epistemológica sostuvo que no es
por ese camino que avanza la ciencia. Para esa otra posición, la ciencia no busca, ni puede pretender
llegar a verdades definitivas. Su tarea consiste en proponer hipótesis que puedan eventualmente ser
refutadas por los hechos. Aunque parezca mentira, lo que esta teoría dice es que el investigador debe
ir a la búsqueda del “contra-ejemplo” que contradiga su hipótesis.
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