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             orden empírico o académico, como son
             la mayoría de las que ocasionan dispu­
             tas entre los doctores. Hablar mal de
             otro médico es, por muchas razones
             que tengamos para ello, hablar mal de
             la Medicina; y, en definitiva, de noso­
             tros mismos. La Medicina vive de su
             realidad, de su eficacia, cada día ma­
             yores; pero también vive y actúa bene­
             ficiosamente sobre los hombres gracias
             a su prestigio, un tanto mítico, pero ne­
             cesario. Cuidar ese prestigio es obliga­
             ción primordial de los médicos, sin más
             limitaciones que las de orden natural:
             la salud del enfermo y la propia con­
             ciencia. Desautorizar la actuación de
             otro práctico puede ser útil al interés
             inmediato del que le desautoriza; pero
             pronto la piedra, de rebote, caerá sobre
             su propia cabeza, por mucha que fuere
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