Page 349 - Untitled
P. 349

CULPARON A LOS NIÑOS GITANOS


                         Cuando yo       tenía   4  años, comencé        a  ir  al colegio,  porque

                  mis padres se  preocuparon                    que     así    fuera.  Recuerdo
                  perfectamente         el  primer      día,   y  como lloré,          pero    Doña

                  Conchita, mi maestra, me trató con mucho cariño. Después de

                  unos    años, cuando tomé la primera comunión, ella me dio un

                  premio  por        haberme        aprendido       muy      bien    las lecciones

                  religiosas,  para  hacer        la  primera     comunión.        El  premio      fue
                  llevarme a una pastelería que estaba en una esquina de la plaza

                  España, e invitarme a pasteles ¡que ricos estaban!


                         Cuando       tenía   unos 5 años, lo         recuerdo      perfectamente

                  porque      son    recuerdos que         marcan       y  difíciles    de   olvidar,

                  aunque he       de  decir, que     todo   está   perdonado.      Vinieron      unos

                  amigos  que no eran gitanos y con quienes también jugábamos
                  de  vez   en  cuando.      Eran    unos tres niños de        entre   unos 8 a     12

                  años. Llevaban los bolsillos llenos de peras de san Juan,  y nos

                  invitaron a mi hermano Jesús y a mí,  a ir a recoger más peras

                  de san    Juan   al  campo     de  una mujer      que la llamaban        de mote,

                  Carafulla    (No    recuerdo     su  nombre).      Recuerdo      con   perfección
                  que   mi   hermano      que   tenía   unos   8  años    preguntó      a  los niños

                  ¿Pero     tenéis    permiso?       Y    ellos   respondieron que            sí.  Mi

                  hermano que tenía sus temores, no quería ir, pero convencidos

                  por   los  demás niños,       quienes nos       dijeron   repetidas     veces que

                  tenían permiso, al final les creímos y fuimos.


                         El  campo      se  veía   completamente  abandonado.               Era   una
                  pequeña      casita  que no     habitaba     nadie, y dos árboles de          peras

                  de san Juan que estaban a unos metros de la casita, sin vallado

                  ni nada por el estilo. La mayoría de peras estaban por el suelo,

                  y yo no tuve que subir al árbol porque con las que había por el

                  suelo   cogí lo    que   me   cabía    en  los  bolsillos   de   los  pantalones.


                                                          349
   344   345   346   347   348   349   350   351   352   353   354