Page 295 - Las enseñanzas secretas de todos los tiempos
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EL SIMBOLISMO DEL CUERPO HUMANO
El más antiguo, el más profundo y el más universal de todos los símbolos es el cuerpo
humano. Según los griegos, los persas, los egipcios y los hindúes, el análisis filosófico
de la naturaleza trina del hombre era una parte indispensable de la formación ética y
religiosa. Los Misterios de todas las naciones enseñaban que las leyes, los elementos y
los poderes del universo estaban representados en la constitución humana y que todo
lo que existía fuera del hombre tenía su analogía dentro de él. Como el cosmos era de
una inmensidad inconmensurable y de una profundidad inconcebible, escapaba a toda
estimación mortal. Ni siquiera los propios dioses podían comprender más que una
parte de la gloria inaccesible que los originaba. Cuando se impregna, transitoriamente,
de entusiasmo divino, el hombre puede trascender por un instante las limitaciones de
su propia personalidad y contemplar en parte el resplandor celestial que baña toda la
creación. Sin embargo, ni siquiera en sus etapas de máxima iluminación puede
imprimir en la sustancia de su alma racional una imagen perfecta de la expresión
multiforme de la actividad celestial.
Reconociendo la inutilidad de tratar de enfrentarse intelectualmente a algo que
trasciende la comprensión racional, los primeros filósofos desviaron su atención de la
divinidad inconcebible para concentrarse en el propio hombre y vieron que, dentro de
los estrechos confines de su naturaleza, se manifestaban todos los misterios de las
esferas externas. Como consecuencia natural de aquella práctica, surgió un sistema
teológico secreto según el cual Dios se consideraba el Gran Hombre mientras que el
hombre era el pequeño dios. Para seguir con la analogía, el cosmos se consideraba un
hombre y, a la inversa, el hombre se consideraba un universo en miniatura. Al
universo mayor se lo denominó «macrocosmos» —el gran mundo o cuerpo— y la