Page 298 - Las enseñanzas secretas de todos los tiempos
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es  el  propio  espacio,  solo  que  ilimitado  e  infinito.  En  cuanto  al  tercer  espíritu,  el

  divino, ¿qué es sino un rayo infinitesimal, una de las innumerables radiaciones que
  proceden  directamente  de  la  Causa  Máxima,  la  luz  espiritual  del  mundo?  Esta  es  la

  trinidad de naturaleza orgánica e inorgánica, lo espiritual y lo físico, que son tres en

  uno, y de la cual afirma Proclo lo siguiente: “La primera mónada es el Dios eterno; la

  segunda,  la  eternidad;  la  tercera,  el  paradigma  o  patrón  del  universo”,  y  las  tres
  constituyen la Tríada Inteligible».

       Mucho  antes  de  que  la  idolatría  se  introdujera  en  la  religión,  los  primeros

  sacerdotes  colocaron  la  estatua  de  un  hombre  en  el  santuario  del  templo.  Aquella

  figura humana simbolizaba el poder divino con todas sus manifestaciones complejas.
  Por consiguiente, los sacerdotes de la Antigüedad aceptaron al hombre como canon y,

  al estudiarlo, aprendieron a comprender los misterios más grandes y más abstrusos del

  plan celestial del cual formaban parte. No es improbable que aquella figura misteriosa
  que había encima de los altares primitivos fuera una especie de maniquí y que, como

  algunas  manos  emblemáticas  de  las  escuelas  mistéricas,  estuviese  cubierta  por

  jeroglíficos,  ya  sea  pintados  o  en  relieve.  Es  posible  que  la  estatua  se  abriera  para
  mostrar la posición relativa de los órganos, los huesos, los músculos, los nervios y las

  demás partes. Al cabo de siglos de investigación, el maniquí se convirtió en una masa

  de  jeroglíficos  complejos  y  de  figuras  simbólicas.  Cada  parte  tiene  un  significado

  secreto. Las medidas formaban un modelo básico, mediante el cual se podían medir
  todas  las  partes  del  cosmos.  Era  un  espléndido  emblema  complejo  de  todo  el

  conocimiento que poseían los sabios y los hierofantes.

       Entonces comenzó la época de la idolatría. Los Misterios decayeron desde dentro.

  Los  secretos  se  perdieron  y  ya  nadie  conocía  la  identidad  del  hombre  misterioso
  suspendido  encima  del  altar.  Lo  único  que  se  recordaba  era  que  la  figura  era  un

  símbolo  sagrado  y  glorioso  del  Poder  Universal,  hasta  que  finalmente  empezaron  a

  considerarlo un dios, el Uno a cuya imagen fue creado el hombre. Cuando se perdió el
  conocimiento  de  la  finalidad  para  la  cual  se  había  construido  el  maniquí,  los

  sacerdotes adoraron a aquella efigie hasta que, al final, su desconocimiento espiritual

  hizo que el templo se derrumbara sobre sus cabezas y la estatua se vino abajo, junto

  con la civilización que había olvidado su sentido.
       A partir de aquella suposición de los primeros teólogos de que el hombre había

  sido  creado  a  imagen  de  Dios  las  mentes  iniciadas  de  otros  tiempos  erigieron  la

  magnífica  estructura  de  la  teología  sobre  la  base  del  cuerpo  humano.  El  mundo

  religioso  de  la  actualidad  ignora  casi  por  completo  que  la  ciencia  de  la  biología
  constituye el origen de sus doctrinas y sus principios. Muchos de los códigos y las
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