Page 302 - Las enseñanzas secretas de todos los tiempos
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vínculo mental. Allí se iniciaba al candidato en los misterios del pensamiento abstracto
y era llevado hasta lo más alto que la mente podía penetrar. A continuación, pasaba a
la tercera cámara, que, al igual que el cerebro, ocupaba la posición más elevada del
templo, pero, al igual que el corazón, tenía la máxima dignidad. En la cámara del
cerebro se otorgaba el misterio del corazón. Allí, el iniciado comprendía de verdad
por primera vez el significado de aquellas palabras inmortales: «Como un hombre
piensa, así es su vida». Como hay siete corazones en el cerebro, hay siete cerebros en
el corazón, pero esta es una cuestión superfísica, acerca de la cual no se puede decir
gran cosa en este momento.
Proclo escribe sobre este tema en el primero de los Six Books of Proclus on the
Theology of Plato: «De hecho, Sócrates en el (primer) Alcibíades observa
correctamente que el alma, cuando penetra en sí misma, contempla todas las demás
cosas y a la divinidad misma, porque, al acercarse a la unión consigo misma y al
centro de toda la vida y al dejar de lado la multitud y la variedad de todos los poderes
múltiples que contiene, asciende a la atalaya más alta de los seres. Y así como en el
más sagrado de los misterios —dicen— los místicos se encuentran en primer lugar
con los géneros multiformes, que se arrojan ante los dioses, pero, al entrar en el
templo, impasibles y protegidos por los ritos místicos, reciben verdaderamente en su
pecho [corazón] la iluminación divina y, despojados de sus vestiduras —como lo
dirían ellos—, participan de una naturaleza divina, lo mismo ocurre —me da la
impresión— con la especulación de la totalidad. Porque el alma, cuando observa las
cosas que son posteriores a ella, contempla las sombras y las imágenes de los seres,
pero Cuando se vuelve hacia sí misma desarrolla su propia esencia y las razones que
contiene. Y al principio, efectivamente, solo se contempla —digamos— a sí misma,
pero, cuando profundiza más en su propio conocimiento, descubre que posee tanto un
intelecto como los órdenes de los seres. Sin embargo, cuando se interna en sus
recovecos interiores y —digamos— en el adytum del alma, percibe con su ojo cerrado
[sin la ayuda de la mente inferior] el género de los dioses y las unidades de los seres.
Porque todas las cosas están en nuestra psique y a través de esta somos capaces por
naturaleza de conocerlo todo, despertando los poderes y las imágenes de las
totalidades que contenemos».
Los antiguos iniciados advertían a sus discípulos que una imagen no es una
realidad, sino simplemente la objetivación de una idea subjetiva. Las imágenes de los
dioses no estaban diseñadas para ser objetos de culto, sino que solo había que
considerarlas emblemas o recordatorios de poderes y principios invisibles. Asimismo,