Page 303 - Las enseñanzas secretas de todos los tiempos
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el  cuerpo  humano  no  se  debe  considerar  la  persona,  sino  solo  la  morada  de  la

  persona,  del  mismo  modo  que  el  templo  era  la  Casa  de  Dios.  En  un  estado  de
  ordinariez y perversión, el cuerpo humano es la tumba o la prisión de un principio

  divino:  en  un  estado  de  evolución  y  regeneración,  es  la  Casa  o  el  Santuario  de  la

  divinidad, cuyos poderes creativos le dieron forma. «La personalidad está colgada de

  un hilo de la naturaleza del Ser», declara la obra secreta. El hombre es, en esencia, un
  principio permanente e inmortal y solo su cuerpo atraviesa el ciclo del nacimiento y la

  muerte. Lo inmortal es la realidad; lo mortal es la irrealidad. Durante cada período de

  la  vida  terrenal,  la  realidad  vive  en  la  irrealidad  y  se  libera  de  ella  temporalmente

  mediante la muerte y permanentemente mediante la iluminación.
       Aunque  en  general  se  consideraban  politeístas,  los  paganos  no  adquirieron  tal

  reputación por adorar a más de un dios, sino por personificar los atributos de aquel

  dios,  con  lo  cual  crearon  un  panteón  de  divinidades  posteriores,  cada  una  de  las
  cuales manifestaba una parte de lo que el Único Dios manifestaba como un todo. Por

  consiguiente, los diversos panteones de las religiones antiguas en realidad representan

  los  atributos  catalogados  y  personificados  de  la  divinidad  y,  en  tal  sentido,
  corresponden a las jerarquías de los cabalistas hebreos. Por lo tanto, todos los dioses

  de la Antigüedad tienen sus analogías en el cuerpo humano, como ocurre también con

  los  elementos,  los  planetas  y  las  constelaciones,  que  se  asignaban  como  vehículos

  adecuados  para  aquellos  celestiales.  Los  cuatro  centros  del  cuerpo  se  asignan  a  los
  elementos;  los  siete  órganos  vitales,  a  los  planetas;  las  doce  partes  y  miembros

  principales,  al  Zodiaco;  las  partes  invisibles  de  la  naturaleza  divina  del  hombre,  a

  diversas divinidades supramundanas, mientras que el Dios oculto —según decían—

  se manifiesta a través de la médula de los huesos.
       A muchos les cuesta concebirse como verdaderos cosmos, darse cuenta de que su

  cuerpo  físico  es  una  naturaleza  visible  y  de  que,  a  través  de  su  estructura,

  innumerables olas de vida en evolución desarrollan sus potencialidades latentes. Sin
  embargo,  a  través  del  cuerpo  físico  del  hombre  no  solo  se  desarrollan  un  reino

  mineral,  uno  vegetal  y  uno  animal,  sino  también  clasificaciones  y  divisiones

  desconocidas  de  vida  espiritual  invisible.  Así  como  las  células  son  unidades

  infinitesimales de la estructura del hombre, el hombre es una unidad infinitesimal de
  la estructura del universo. Una teología basada en el conocimiento y la apreciación de

  estas relaciones es tan profundamente justa como profundamente verdadera.
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