Page 446 - Las enseñanzas secretas de todos los tiempos
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más habitual era que la salamandra tuviera forma de lagarto, de unos treinta
centímetros de largo o algo más, y que se viera como una Urodela resplandeciente,
retorciéndose y arrastrándose en medio del fuego. Otro grupo se describía como
inmensos gigantes llameantes con ropas sueltas, protegidos con planchas de una
armadura ardiente. Algunos expertos medievales, como el abate de Villars, sostenían
que Zaratustra (Zoroastro) era hijo de Vesta —se suponía que había sido la esposa de
Noé— y la gran salamandra Oromasis. Por eso, a partir de aquel entonces se han
mantenido fuegos imperecederos en los altares persas en honor del padre llameante de
Zaratustra.
La subdivisión más importante de las salamandras era la de los Acthnici, unas
criaturas que solo aparecían como globos poco definidos. Se suponía que flotaban
sobre el agua por la noche y de vez en cuando aparecían como llamas ramificadas en
los mástiles y las jarcias de los barcos (el fuego de san Telmo). Las salamandras eran
los elementales más fuertes y más poderosos y estaban regidas por un espíritu
llameante espléndido llamado Djin, que tenía un aspecto terrible e imponente. Las
salamandras eran peligrosas y se advertía a los sabios que no se acercaran a ellas, ya
que las ventajas derivadas de estudiarlas a menudo no compensaban el precio que
había que pagar. Como los antiguos asociaban el calor con el Sur, esta esquina de la
creación se asignaba a las salamandras como trono y ellas ejercían una influencia
especial sobre todos los seres que tenían un temperamento fogoso o apasionado.
Tanto en los animales como en el hombre, las salamandras actúan a través de la
naturaleza emocional, por medio del calor corporal, el hígado y el torrente sanguíneo.
Sin su ayuda, no habría calor.
Los Silfos
Aunque los sabios decían que la cuarta clase de elementales, o silfos, vivían en el
elemento aire, no se referían con esto a la atmósfera natural de la tierra, sino al medio
espiritual, invisible e intangible: una sustancia etérea con una composición semejante a
la de nuestra atmósfera, pero mucho más sutil. En el último discurso de Sócrates, que
Platón conserva en su Fedón, el filósofo condenado dice lo siguiente: «Y hay sobre la
tierra animales y hombres, algunos en una región intermedia, mientras que otros [los
elementales] viven en torno al aire, como nosotros vivimos en torno al mar; otros en
islas alrededor de las cuales fluye el aire, cerca del continente; en una palabra, ellos
usan el aire como nosotros usamos el agua y el mar y para ellos el éter es lo que el aire