Page 450 - Las enseñanzas secretas de todos los tiempos
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determinadas sutilezas de los mundos invisibles. Del mismo modo en que se produce

  la  desintegración  en  el  mundo  físico,  también  existe  en  el  equivalente  etéreo  de  la
  sustancia  física.  En  condiciones  normales,  al  morir,  un  espíritu  de  la  naturaleza  se

  limita a regresar a la esencia primaria transparente de la cual se había diferenciado en

  un principio. Si se produce algún crecimiento evolutivo, solo queda registrado en la

  conciencia  de  esa  esencia,  o  elemento,  primario,  y  no  en  el  ser  diferenciado
  temporalmente del elemental. Por carecer del organismo complejo y de los vehículos

  espirituales e intelectuales del hombre, los espíritus de la naturaleza son infrahumanos

  en su inteligencia racional, pero de sus funciones —limitadas a un solo elemento— se

  obtiene un tipo de inteligencia especializada que supera considerablemente al hombre
  en las líneas de investigación peculiares al elemento en el cual existen.

       Los Padres de la Iglesia han aplicado indiscriminadamente a los elementales los

  nombres  de  «íncubos»  y  «súcubos».  Sin  embargo,  los  íncubos  y  los  súcubos  son
  creaciones  malvadas  y  antinaturales,  mientras  que  «elementales»  es  un  nombre

  genérico para todos los habitantes de las cuatro esencias elementales. Según Paracelso,

  los  íncubos  y  los  súcubos  (que  son  masculinos  y  femeninos,  respectivamente)  son
  criaturas parásitas que subsisten en los pensamientos y las emociones negativos del

  cuerpo astral. Estos términos se aplican también a los organismos superfísicos de los

  hechiceros  y  los  magos  negros.  Si  bien  estas  larvae  no  tienen  nada  de  seres

  imaginarios, son, a pesar de todo, fruto de la imaginación. Para los sabios antiguos
  eran  la  causa  invisible  del  vicio,  porque  rondan  en  los  éteres  que  rodean  a  las

  personas  débiles  moralmente  y  sin  cesar  las  incitan  a  cometer  excesos  degradantes.

  Por  este  motivo,  frecuentan  el  ambiente  de  antros,  tugurios  y  burdeles,  donde  se

  aferran  a  los  desventurados  que  se  han  entregado  a  la  iniquidad.  Al  dejar  que  sus
  sentidos  se  insensibilicen  como  consecuencia  del  abuso  de  drogas  que  crean

  dependencia  o  de  estimulantes  alcohólicos,  el  individuo  se  pone  en  contacto

  temporalmente con estos habitantes del plano astral. Las huríes que ven los adictos al
  hachís  o  al  opio  y  los  monstruos  horribles  que  atormentan  a  quienes  padecen  de

  delirium  tremens  son  ejemplos  de  seres  submundanos  que  solo  son  visibles  para

  aquellos que, con sus prácticas maléficas, los atraen como un imán.

       Quien  difiere  por  completo  de  los  elementales  y  también  de  los  íncubos  y  los
  súcubos es el vampiro, al que Paracelso define como el cuerpo astral de alguien vivo

  o muerto (por lo general, este último estado). Para prolongar su existencia en el plano

  físico, el vampiro roba a los vivos su energía vital y la usa indebidamente para sus

  propios fines.
       En  su  De  Ente  Spirituali,  Paracelso  escribe  lo  siguiente  acerca  de  estos  seres
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