Page 519 - Las enseñanzas secretas de todos los tiempos
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        LAS CLAVES CABALÍSTICAS DE LA CREACIÓN DEL HOMBRE





  En  A  World  of  Wonders,  publicado  en  1607,  Henrie  Stephen  habla  de  un  monje
  antonino que contaba que cuando estuvo en Jerusalén, el patriarca de aquella ciudad

  le  había  enseñado  no  solo  una  de  las  costillas  del  «Verbo  hecho  carne»  y  algunos

  rayos de la estrella de Belén, ¡sino también el hocico de un serafín, la uña del dedo de
  la mano de un querubín, los cuernos de Moisés y una urna que contenía el aliento de

  Jesucristo! Para un pueblo que creía implícitamente en serafines lo bastante tangibles

  como para que sus morros se pudiesen conservar, las cuestiones más profundas de la

  filosofía  del  judaísmo  han  de  ser,  por  fuerza,  incomprensibles.  Tampoco  cuesta
  imaginar la reacción que se produciría en la mente de un sabio antiguo si le dijeran

  que  a  un  querubín  —según  san  Agustín,  representa  a  los  evangelistas;  según  Philo

  Judaeus (más conocido como Filón de Alejandría), la circunferencia más exterior de

  todos los cielos, y, según varios Padres de la Iglesia, la sabiduría de Dios— le habían
  crecido  uñas.  La  desesperante  confusión  de  los  principios  divinos  con  las  figuras

  alegóricas  creadas  para  ponerlos  al  alcance  de  las  facultades  limitadas  de  los  no

  iniciados ha provocado los errores más atroces acerca de las verdades espirituales. No
  obstante, conceptos casi tan ridículos como estos se alzan como barreras insalvables

  para  comprender  de  verdad  el  simbolismo  del  Antiguo  y  el  Nuevo  Testamento,

  porque, mientras el hombre no separe su capacidad de razonamiento de la telaraña de

  absurdos  venerados  en  la  que  su  mente  lleva  siglos  atrapada,  ¿cómo  va  a  poder
  descubrir la verdad?
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