Page 730 - Las enseñanzas secretas de todos los tiempos
P. 730
formas a las que acababan de infundir alma y, alrededor de media hora después, el
joven rey y la joven reina despenaron y Virgo Lucífera les entregó las vestiduras
blancas Ellos se las pusieron y el rey en persona se dignó regresar gracias a C. R. C. y
sus compañeros, tras lo cual las personas reales partieron en una embarcación.
C. R. C. y sus tres amigos privilegiados se volvieron a juntar con los otros «artistas»,
sin mencionar en absoluto Jo que habían visto. Posteriormente se asignaron a todo el
grupo unas cámaras espléndidas en las que descansaron hasta el día siguiente.
El séptimo día
Por la mañana. Virgo Lucífera anunció que todos los invitados a la boda habían sido
nombrados Caballeros de la Piedra Dorada. El anciano guardián entregó a cada uno
una medalla de oro que por una cara llevaba la inscripción «Ar. Nat. Mi.» y, por la
otra cara, «Tem. Na. E». Todo el grupo regresó en doce naves al palacio del rey. Las
banderas de los barcos llevaban los signos del Zodiaco y a C. R. C. le correspondió el
de Libra. Cuando entraron en el lago, salieron a recibirlos muchos barcos y el rey y la
reina, acompañados por sus señores, sus damas y sus vírgenes, se adelantaron en una
barcaza de oro a recibir a los invitados que regresaban. Entonces Atlas pronunció una
breve oración en nombre del rey y pidió también por los reyes presentes. En
respuesta, el anciano guardián entregó a Cupido, que revoloteaba en torno a la pareja
real, un cofrecito de forma curiosa. C. R. C. y el anciano señor, cada uno portando
una enseña blanca como la nieve con una cruz roja, fueron en el carruaje con el rey.
En la primera puerta estaba el portero vestido de azul, que, al ver a C. R. C., le suplicó
que intercediera ante el rey para que lo librara de aquel puesto de servidumbre. El rey
respondió que el portero era un astrólogo famoso que había sido obligado a vigilar la
entrada como castigo por el delito de haber mirado a lady Venus cuando descansaba
en su lecho y añadió que solo podía quedar libre cuando se encontrase a otro que
hubiese cometido el mismo delito. Al oír esto, a C. R. C. se le cayó el alma a los pies,
porque se dio cuenta de que era él el culpable, aunque en aquel momento guardó
silencio.
Los recién designados Caballeros de la Piedra Dorada tuvieron que suscribir los
cinco artículos redactados por Su Alteza Real: 1) que solo atribuirían su Orden a Dios
y a Su sierva, la Naturaleza; 2) que abominarían de toda impureza y vicio; 3) que
siempre estarían dispuestos a asistir a las personas respetables y a los necesitados; 4)
que no emplearían su conocimiento ni su poder para alcanzar dignidades terrenales, y