Page 727 - Las enseñanzas secretas de todos los tiempos
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oración breve en la que exhortaba a cada uno a colaborar para devolver a la vida a las
personas reales y anunció que debían viajar con ella a la Torre del Olimpo, el único
lugar donde se podían encontrar los remedios necesarios para resucitar a los seis. C.
R. C. y sus compañeros siguieron a Virgo Lucífera hasta la orilla, donde todos
subieron a bordo de siete embarcaciones dispuestas según un orden extraño. Mientras
los barcos atravesaban el lago y un canal estrecho para salir a mar abierto, los
escoltaron sirenas, ninfas y diosas del mar, que, en honor de la boda, obsequiaron a la
pareja real con una perla grande y hermosa. Cuando los barcos avistaron la Torre del
Olimpo, Virgo Lucífera ordenó que se dispararan unos cañonazos para anunciar que
se acercaban. De inmediato apareció una bandera blanca en la torre y un bote dorado,
con un anciano a bordo —el guardián de la torre—, acompañado por guardias
vestidos de blanco, salió a recibir a los barcos.
La Torre del Olimpo estaba situada en una isla perfectamente cuadrada y la
rodeaba una gran muralla. Cuando el grupo atravesó la puerta, fue conducido a la
parte inferior de la torre central, que contenía un laboratorio excelente, donde los
invitados se pusieron de buen grado a sacudir y lavar plantas, piedras preciosas y todo
tipo de cosas, a extraer su jugo y su esencia y a ponerlos en vasos. Virgo Lucífera
puso a los «artistas» a trabajar tan arduamente que se sintieron como meros esclavos.
Una vez finalizada la labor del día, se asignó a cada uno un colchón sobre el suelo de
piedra. Como no podía dormir, C. R. C. se puso a deambular y a contemplar las
estrellas: por casualidad encontró una escalera que conducía a lo alto de la muralla,
subió por ella y estuvo mirando el mar; se quedó allí bastante rato y, cerca de la
medianoche, vio siete llamas que atravesaron el mar hacia él y se congregaron en lo
alto de la aguja de la torre central. Al mismo tiempo se levantó viento, el mar se
volvió tempestuoso y la luna se cubrió de nubes Con cierto temor, C. R. C. bajó
corriendo las escaleras y regresó a la torre, se acostó en su colchón y se durmió
arrullado por el sonido de un chorro de agua que corría suavemente en el laboratorio.
El sexto día
A la mañana siguiente, el anciano guardián de la torre examinó el trabajo que habían
hecho en el laboratorio los invitados a la boda; como lo encontró satisfactorio, hizo
traer escaleras, cuerdas y grandes alas y se dirigió a los «artistas» reunidos con estas
palabras: «Queridos hijos míos, cada uno de vosotros debe llevar constantemente
consigo durante el día de hoy una de estas tres cosas». Se echaron suertes y a C. R. C.