Page 723 - Las enseñanzas secretas de todos los tiempos
P. 723
con cuerdas y los dejaron solos en la oscuridad. C. R. C. soñó entonces que veía a
muchos hombres suspendidos sobre la tierra con hilos y entre ellos volaba un anciano
que de vez en cuando cortaba algún hilo, de modo que muchos cayeron a tierra.
Aquellos que, por su arrogancia, se habían elevado a gran altura cayeron, por tanto,
desde más alto y sufrieron heridas más graves que los más humildes, que, al caer
desde poca distancia, a menudo no experimentaban ningún contratiempo. Pensando
que aquel sueño era un buen presagio. C. R. C. lo relató a un compañero y siguió
conversando con él hasta el amanecer.
El tercer día
Poco después del alba sonaron las trompetas y entró la Virgo Lucífera, ataviada con
terciopelo rojo, ceñida con una faja blanca y coronada de laureles acompañada por
doscientos hombres de librea roja y blanca. Dio a entender a C. R. C. y a sus ocho
compañeros que, probablemente, a ellos les iría mejor que a los demás invitados, tan
presumidos Se colgaron balanzas de oro en medio de la sala y cerca de ellas se
pusieron siete pesos: uno de buen tamaño, cuatro pequeños y dos enormes. Los
hombres de librea —cada uno de los cuales llevaba una espada desenvainada y una
cuerda fume— se dividieron en siete grupos, en cada uno de los cuales se eligió un
capitán, al cual se encomendó uno de los pesos Virgo Lucífera volvió a subir a su
trono elevado y ordenó que comenzara la ceremonia. El primero en subir a la balanza
fue un emperador tan virtuoso que los contrapesos no se movieron hasta que no se
pusieron seis pesos del lado contrario, de modo que lo enviaron al sexto grupo. Tanto
los ricos como los pobres se subieron a las balanzas, aunque fueron pocos los que
superaron la prueba. A estos les entregaron vestiduras de terciopelo y coronas de
laurel y después los hicieron sentar en los escalones del trono de Virgo Lucífera. Los
que fracasaban eran ridiculizados y azotados
Al finalizar la «inquisición», uno de los capitanes suplicó a Virgo Lucífera que
permitiera que se pesaran también los nueve hombres que se habían declarado
indignos, lo cual provocó angustia y temor en C. R. C… De los siete primeros, a uno
le fue bien y fue recibido con alegría. C. R. C. era el octavo y no solo resistió todos
los pesos, sino que no lo pudieron mover ni siquiera cuando se colgaron tres hombres
del lado contrario del astil. Un paje gritó: «¡Es él!». C. R. C. fue puesto en libertad de
inmediato y se le permitió que liberara a uno de los prisioneros. Escogió al primer
emperador. Virgo Lucífera le pidió entonces las rosas rojas que llevaba y él se las