Page 731 - Las enseñanzas secretas de todos los tiempos
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5) que no desearían vivir más tiempo del que Dios hubiese decretado. A continuación
asumieron como caballeros y la ceremonia se confirmó en una capilla pequeña, en la
que C. R. C. colgó su vellocino de oro y su sombrero como recuerdo eterno y donde
inscribió lo siguiente: «Summa Scientia nihil Scire, Fr. Christianus Rosencreutz.
Eques aurei Lapidis Anno 1459» [193] .
Después de la ceremonia, C. R. C. reconoció que había sido él quien había mirado
a Venus y, por consiguiente, debía convertirse en guardián de la puerta. El rey lo
abrazó con cariño y le asignaron una habitación amplia en la que había tres camas:
una para él, una para el anciano señor de la torre y la tercera para el viejo Atlas.
Las bodas alquímicas acaba así de pronto, dejando la impresión de que C. R. C.
asumiría sus obligaciones como portero a la mañana siguiente. El libro concluye con
una oración incompleta y con una nota en cursiva, supuestamente del editor.
Tras el simbolismo de una boda alquímica, los filósofos medievales ocultaron el
sistema secreto de cultura espiritual mediante el cual esperaban coordinar a los
disjecta membra tanto del organismo humano como del social. Para ellos, la sociedad
era una estructura triple que tenía su analogía en la constitución trina del hombre, que
está hecho de espíritu, mente y cuerpo, como la sociedad está compuesta por la
Iglesia, el Estado y el pueblo. La intolerancia de la Iglesia, la tiranía del Estado y la
furia de la muchedumbre son los tres medios mortíferos de la sociedad que pretenden
destruir la verdad, como narra la leyenda masónica de Hiram Abif. Los seis primeros
días de Las bodas alquímicas presentan los procesos de «creación» filosófica que
cualquier organismo debe superar. Los tres reyes son el espíritu triple del ser humano
y sus consortes son sus correspondientes vehículos de expresión en el mundo inferior.
El verdugo es la mente, cuya parte superior —representada por la cabeza— es
necesaria para alcanzar el trabajo filosófico. De este modo, cuando las partes del ser
humano —que los alquimistas simbolizaban como planetas y elementos— se fusionan
según una fórmula divina determinada, se produce la creación de dos «criaturas»
filosóficas que, alimentadas con la sangre del ave alquímica, se convierten en
soberanos del mundo.