Page 836 - Las enseñanzas secretas de todos los tiempos
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James Morgan Pryse destaca también que, según esta forma de calcular, la palabra

  griega  ήφρην,  que  significa  «la  mente  inferior»,  tiene  el  666  como  equivalente

  numérico. Además, como muy bien saben los cabalistas, ᾽Ιησους, Jesús, tiene como
  valor  numérico  otro  número  sagrado  y  secreto:  el  888.  Si  sumamos  los  dígitos  del

  número 666 y volvemos a sumar los dígitos de la suma, se obtiene el número sagrado

  9:  el  símbolo  del  hombre  en  su  estado  impenitente  y  también  el  camino  de  su

  resurrección.
       El capítulo decimocuarto comienza con el Cordero de pie sobre el monte Sión (el

  horizonte oriental); a Su alrededor estaban reunidos los ciento cuarenta y cuatro mil,

  con  el  nombre  de  Dios  escrito  en  la  frente.  Un  ángel  anuncia  entonces  la  caída  de
  Babilonia:  la  ciudad  de  la  confusión  o  la  mundanalidad.  Perecen  aquellos  que  no

  vencen la mundanalidad y no se dan cuenta de que lo que perdura es el espíritu y no

  la materia, porque, al no tener más intereses que los materiales, son arrastrados hacia
  la  destrucción  junto  con  el  mundo  material.  Y  san  Juan  vio  a  Uno  como  Hijo  del

  Hombre (Perseo), sentado sobre una nube (las sustancias del mundo invisible), que

  llevaba en la mano una hoz afilada, con la cual el Resplandeciente segó la tierra. Este

  es  un  símbolo  del  Iniciador  que  libera  en  la  esfera  de  la  realidad  las  naturalezas
  superiores de aquellos que, simbolizados por el grano maduro, han alcanzado el punto

  de liberación. Y llegó otro ángel (Boötes), la Muerte, también con una hoz (Karma),

  que vendimió los racimos de las viñas de la tierra (aquellos que han vivido según la

  luz falsa) y los echó en el gran lagar del furor de Dios (las esferas del purgatorio).
       Los  capítulos  decimoquinto  al  decimoctavo,  ambos  inclusive,  hablan  de  siete

  ángeles  (las  Pléyades)  que  vierten  sobre  la  tierra  el  contenido  de  sus  frascos  (la

  energía desenfrenada del Toro Cósmico), que recibe el nombre de «las siete últimas
  plagas».  Aquí  aparece  también  una  figura  simbólica  denominada  «la  Ramera  de

  Babilonia», a la que se describe como una mujer sentada sobre una bestia de color

  escarlata, con siete cabezas y diez cuernos. La mujer iba vestida de púrpura y escarlata,

  resplandecía de oro, piedras preciosas y perlas y llevaba en la mano una copa de oro
  llena de abominaciones Esta figura puede ser un intento (probablemente interpolado)

  de vilipendiar a Cibeles, o a Artemisa, la diosa Gran Madre de la Antigüedad. Como

  los paganos veneraban a la Mater Deorum mediante símbolos apropiados al principio

  generador femenino, los primeros cristianos los acusaban de adorar a una cortesana.
  Como  casi  todos  los  Misterios  antiguos  incluían  una  prueba  de  la  moralidad  del

  neófito, aquí se representa a la tentadora (el alma animal) como una diosa pagana.

       En  el  capítulo  decimonoveno  y  en  el  vigésimo  se  presenta  la  preparación  del
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