Page 844 - Las enseñanzas secretas de todos los tiempos
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al Profeta. Se describe a Al-Borak como un animal blanco, de la forma y el
tamaño de una mula, con cabeza de mujer y cola de pavo real. Según
algunas versiones, Mahoma sólo montó a Al-Borak hasta Jerusalén, donde,
tras desmontar en el monte Moria, se aferró al último travesaño de una
escalera de oro que bajó del cielo y, acompañado por Gabriel, ascendió a
través de las siete esferas que separan la tierra de la superficie interior del
Empíreo. A la entrada de cada esfera estaba uno de los Patriarcas, a los
cuales Mahoma fue saludado a medida que iba entrando en los distintos
planos. A la entrada del primer cielo estaba Adán; a la entrada del segundo,
Juan y Jesús (que eran hijos de hermanas); en la tercera, José; en la cuarta,
Enoch; en la quinta, Aarón; en la sexta, Moisés, y en la séptima, Abraham.
Según otro orden de los patriarcas y los profetas, Jesús aparece a la entrada
del séptimo cielo y, al llegar a este punto, dicen que Mahoma le pidió que
intercediera por él ante el trono de Dios.
Sobrecogido y temblando, Mahoma acudió presuroso a Jadiya, temeroso de que la
visión hubiese sido inspirada por los mismos espíritus malignos que estaban al
servicio de los magos paganos que él tanto despreciaba, pero ella le aseguró que su
propia vida virtuosa lo protegería y que no debía temer nada malo. El Profeta se
tranquilizó y aguardó más apariciones de Gabriel, pero, como no se producían, su
alma se llenó de tal desesperación que intentó autodestruirse. Cuando estaba a punto
de arrojarse por un precipicio, se lo impidió la repentina reaparición de Gabriel, que
volvió a asegurar al Profeta que recibiría las revelaciones que su pueblo necesitaba
cuando llegara el momento.
Posiblemente como consecuencia de sus períodos solitarios de meditación, parece
que Mahoma solía caer en éxtasis. En las ocasiones en que se dictaron los diversos
suras del Corán, dicen que estaba inconsciente y —a pesar de lo Río del aire a su
alrededor— cubierto de gotas de sudor. Aquellos ataques a menudo se producían de
improviso; otras veces se sentaba envuelto en una manta, para no enfriarse con todo
lo que sudaba, y, aunque aparentemente estaba inconsciente, dictaba los diversos
pasajes, que un grupo reducido de amigos de confianza aprendía de memoria o ponía
por escrito. En una ocasión, más adelante, cuando Abu Bakr hizo referencia a las
canas de su barba, Mahoma la cogió por el extremo y, mirándola, explicó que su
blancura se debía al sufrimiento físico que le producían sus períodos de inspiración.