Page 845 - Las enseñanzas secretas de todos los tiempos
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Si los escritos atribuidos a Mahoma no se consideran más que meras alucinaciones

  de un epiléptico y por tal motivo se descartan, a sus detractores cristianos les conviene
  tener  cuidado,  no  sea  que,  junto  con  las  doctrinas  del  Profeta,  resten  autoridad

  también a las enseñanzas que ellos mismos defienden, porque es sabido que muchos

  de  los  discípulos,  apóstoles  y  santos  de  la  iglesia  primitiva  padecían  trastornos

  nerviosos. La primera persona que Mahoma convirtió fue su propia esposa, Jadiya, a
  la  que  siguieron  otros  miembros  de  su  familia  cercana:  por  esta  circunstancia,  sir

  William Muir ha destacado lo siguiente:



       Corrobora plenamente la sinceridad de Mahoma el hecho de que los primeros

       conversos  al  islamismo  no  solo  fueran  personas  rectas,  sino  sus  propios
       amigos  íntimos  y  familiares  que,  conociendo  de  cerca  su  vida  privada,  no

       habrían dejado de detectar las discrepancias que siempre existen, en mayor o

       menor medida, entre lo que el impostor hipócrita profesa fuera de su casa y lo

       que hace en ella.      [219]



       Uno de los primeros en abrazar la fe del islam fue Abu Bakr, que llegó a ser el
  amigo  más  íntimo  y  más  fiel  de  Mahoma  y,  de  hecho,  su  alter ego.  Abu  Bakr,  un

  hombre  de  logros  brillantes,  contribuyó  considerablemente  a  que  lo  que  había

  emprendido el Profeta tuviera éxito y, por deseo expreso de este, a su muerte se puso

  a la cabeza de sus fieles. Aisha, la hija de Abu Bakr, se casó después con Mahoma, lo
  cual consolidó aún más los lazos de fraternidad entre ellos. Poco a poco, pero con

  empeño, Mahoma fue promulgando sus doctrinas entre un círculo reducido de amigos

  poderosos.  Cuando  el  entusiasmo  de  sus  seguidores  finalmente  lo  obligó  a  hacer

  pública su misión, ya era el líder de una facción fuerte y bien organizada. Por temor al
  creciente  prestigio  de  Mahoma,  los  habitantes  de  La  Meca  renunciaron  a  la  larga

  tradición de que no se podía derramar sangre en la ciudad santa y decidieron acabar

  con el islamismo asesinando a su Profeta. Los distintos grupos se unieron para ello, de
  modo que la culpa se repartiera a partes iguales, pero Mahoma descubrió el peligro a

  tiempo, dejó a su amigo Ali en su cama y huyó de la ciudad con Abu Bakr; tras eludir

  hábilmente a los mecanos, se incorporó a la masa principal de sus seguidores, que lo

  habían precedido hacia Yatrib             [220] . En aquel incidente, llamado la hégira, o huida, se
  basa el sistema cronológico del islamismo.

       A partir de la hégira, el poder del Profeta fue creciendo sin parar, hasta que, al

  octavo  año,  Mahoma  entró  en  La  Meca  tras  una  victoria  prácticamente  incruenta  y

  estableció allí el centro espiritual de su fe. Plantó su estandarte al norte de la ciudad,
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