Page 850 - Las enseñanzas secretas de todos los tiempos
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derecha la mejilla derecha y con la cara hacia Makkah. Cerca y detrás de él está

       situado Abu Bakr, con el rostro hacia el hombro de Mahoma, y a continuación
       Ornar, que ocupa la misma posición con respecto a su predecesor. Según una

       anécdota que circula entre los historiadores cristianos los mahometanos creían

       que el ataúd de su Profeta estaba suspendido en el aire, lo cual no tiene ningún

       fundamento  en  la  bibliografía  musulmana:  Niebuhr  piensa  que  la  historia
       debió de surgir como consecuencia de las burdas ilustraciones que se vendían

       a los extraños     [223]



       Con respecto al carácter de Mahoma han circulado los errores más gruesos. No

  existe ninguna prueba que sustente las acusaciones de extrema crueldad y libertinaje

  lanzadas contra él. Por el contrario, cuanto más de cerca escudriñan los investigadores
  imparciales la vida de Mahoma, más evidentes resultan las mejores cualidades de su

  naturaleza. En palabras de Carlyle:



       El propio Mahoma, a pesar de todo lo que se diga sobre él, no era un hombre

       lujurioso:  por  consiguiente,  nos  equivocamos  mucho  si  nos  limitamos  a
       considerarlo  una  persona  voluptuosa  e  interesada  sobre  todo  en  placeres

       innobles o, mejor dicho, en cualquier tipo de placeres En su casa se vivía con

       la máxima frugalidad y su alimentación consistía en pan de cebada y agua. A

       veces pasaban meses sin que se encendiera fuego en el hogar. […] Un hombre
       pobre,  trabajador  y  desprovisto,  despreocupado  de  las  cosas  que  ansiaba  el

       hombre corriente. […] ¿Decís que lo llamaban Profeta? ¡Claro! Si estaba de

       pie frente a ellos; allí mismo, en lugar de estar envuelto en algún misterio; era

       evidente que se hacía su propia capa y se fabricaba sus propios zapatos y que
       luchaba, aconsejaba y ordenaba en medio de ellos: debían de ver la clase de

       hombre  que  era:  ¡que  lo  llamen  como  quieran!  Ningún  emperador  con  sus

       tiaras ha sido obedecido como aquel hombre envuelto en una capa hecha por
       él.



       Confundido por la tarea aparentemente imposible de conciliar la vida del Profeta

  con  las  afirmaciones  absurdas  que  durante  mucho  tiempo  se  aceptaron  como

  auténticas, Washington Irving trata de hacerle justicia.



       Sus triunfos militares no fueron motivo de orgullo ni de vanagloria, como lo
       habrían  sido  de  haberse  obtenido  con  propósitos  egoístas.  En  su  época  de
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